Hoy quiero compartir un poco de la vida de la hermana Teresa Elena Velasco Ocampo, mejor conocida como la hermana Tere. Una Misionera Clarisa excepcional a quien tuve el gusto de conocer y tratar varias veces aún en medio de la penosa enfermedad que le acompañó en sus últimos años aquí en la tierra.
Teresa Elena nació en Buenavista de Cuéllar, Guerrero, México, el 20 de abril de 1927. Allí pasó su infancia y adolescencia. Siendo joven ingresó a la Congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento en la comunidad de Puebla, el 21 de agosto de 1950, en donde, el 16 de abril de 1951 inició su noviciado. A ella le tocó la etapa en que la congregación apenas se iba estableciendo y vivió intensamente el momento de la aprobación pontifica del nuevo instituto en 1951.
La hermana Tere emitió sus votos temporales el 2 de febrero de 1953, presidiendo esa ceremonia la Beata Madre Fundadora, María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.
Sus primeras etapas de formación las vivió en la casa de Puebla y en la Casa Madre, en Cuernavaca, Morelos hasta el año de 1953, cuando fue destinada a la comunidad de Los Ángeles, California en Estados Unidos en donde empezó su vida de misionera incansable, pues sin saberlo, le esperaba una vida en muchas partes del mundo para colaborar a la salvación de las almas. Allí en California, al tiempo de haber llegado y conocer la región, fue nombrada superiora local de la comunidad de Gardena.
En el año de 1957, recibió su cambio a la región de Japón y allá, en la ciudad de Karuizawa, el 17 de marzo de 1958, hizo sus votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia. Durante su estancia en esta región de oriente, tres años fue superiora de la comunidad de Tokyo.
Regresó a México, a la Casa Madre, en donde estuvo de 1965 a 1970, como submaestra de novicias y posteriormente fue destinada a Roma, para colaborar en las labores de la casita de Nazareth y la atención a enfermos, de 1970 a 1973, prestando, el servicio como segunda consejera de la existente región Euro-indo-africana. Luego en 1973 fue enviada a la casa de Dublín en Irlanda, en donde estuvo cinco años, desempeñando durante tres años el servicio de superiora local.
En 1978, regresó a México, nuevamente como submaestra de novicias, en Cuernavaca, Morelos y en 1982, fue enviada a la comunidad de Guadalajara, que entonces era una residencia universitaria. En 1987, llegó a Acapulco para ayudar en el trabajo pastoral en donde tuvo, como en las otras partes, una fecunda actividad misionera. Yo la traté varias veces y compartí con ella el apostolado en esa querida comunidad de Acapulco en la colonia Icacos.
Su siguiente encomienda fue en la Casa de la Villa como superiora local. Después, en 1994, fue destinada a la casa de Guadalajara como superiora local, y posteriormente, en el año 2000, como vicaria local. Tanto en la Casa de la Villa como en Guadalajara pude también compartir con ella algunos momentos y enriquecerme con su testimonio de vida.
La hermana Tere, durante toda su vida misionera, fue una religiosa entregada, que se esforzaba siempre por cumplir con las diferentes tareas que se le asignaban. Muy generosa como chofer, siempre ayudando en las labores de casa, emulando la casita de Nazareth. Era una excelente cocinera y sabía combinar ese quehacer con las demás encomiendas que tenía.
Desde los primeros años de su formación, la hermana Tere se distinguió por ser un alma de oración y se caracterizó por su alegría. Ella era abierta, sociable y entusiasta. Le gustaba cantar y procuraba hacer momentos amenos y gratos para la comunidad. Muy transparente en su actuar, recta y fiel a su fundadora, de quien siempre se mantuvo cerca. Aunque era un alma de temperamento fuerte, en su trato sobresalía su caridad, siempre mostrándose muy religiosa, acogedora y respetuosa con los demás.
Como misionera fue muy apostólica, impartiendo catequesis y colaborando en el trabajo pastoral. Se entregaba totalmente por la salvación de las almas. Como submaestra de novicias, fue muy sencilla, generosa, cercana, alegre, simpática, en una palabra, como dicen sus hermanas religiosas: «una hermana todo corazón». Una de las hermanas, que fue novicia durante este tiempo, comparte que: «al escucharla hablar, por la firmeza de su voz, parecía, se trataba de una persona hosca, pero la desmentía su corazón de madre». Como superiora, en las diferentes comunidades donde prestó este servicio, se caracterizó por su caridad fraterna y universal, siempre muy humana, comprensiva y atenta a las necesidades de las hermanas y sus familias, como una hermana mayor que ama a sus hermanas. En fin, en todos lados fue testimonio de laboriosidad, pobreza, fidelidad y obediencia.
En la última etapa de su vida, que duró veinte años acompañada de la enfermedad, cuando hablaba, era para expresarse bien de los demás o para transmitir paz, nunca se le escuchó algún comentario negativo, sino siempre hablando y agradeciendo con caridad. Además, en medio de su enfermedad, era una hermana simpática, oportuna para hablar, aun con sus ojitos.
Nunca se quejó de nada, siempre recibía bien todo, y sabía decir «gracias», con ese aire de respeto y amor profundo a Dios nuestro Señor. Aunque ella ya no hablaba, le gustaba escuchar y daba la impresión de que atendía, con sus ojitos vivos y alegres. Se sentía parte de su comunidad y muy amada de sus hermanas. Hacía sentir su cercanía fraterna y responder con algún gesto cuando algo le gustaba o no. Daba ternura solo el ver su rostro sereno, apacible, bueno, y lleno de paz. Para las hermanas jóvenes que la atendieron fue testimonio de fidelidad y júbilo, aún en medio de sus sufrimientos; mantenía su fortaleza y contagiaba su ánimo de vivir aunque poco a poco se fueron limitando sus movimientos.
Entre los años 2013 y 2014, comenzó con rigidez corporal afectándole principalmente las extremidades, situación que se fue agravando hasta sus últimos días. Padecía mucho de dolores de cabeza, a consecuencia de hemorragias cerebrales, que había sufrido, desde su estancia en Japón. Padeció en varias ocasiones de neumonía, que logró vencer y salir adelante, pero cada vez debilitándose más. Sin embargo, su amor a Nuestro Señor y a María Santísima fueron siempre constantes en ella.
En las últimas semanas de su vida, su salud se fue reduciendo considerablemente, en particular por la neumonía pulmonar crónica, por lo que se le debía mantener con oxígeno. Así, poco a poco, el Señor la fue preparando para el abrazo eterno. La mañana del 28 de junio de 2020, debido a su enfermedad, sufrió una insuficiencia cardiaca y, acompañada de la comunidad de la Casa del Tesoro, su corazón se fue apagando, como lámpara que se consume ante el altar, para participar de las nupcias con el Cordero Inmaculado.
Fue un alma oferente que, como vivió, murió; entregada al Señor, llena de paz y confianza, en Aquel al que un día consagró su vida.
Rogamos al Señor haga fructificar todos sus anhelos y esfuerzos ofrecidos durante su vida, para su mayor gloria y salvación de las almas. Descanse en paz nuestra querida hermana Teresa Elena Velasco Ocampo.
Padre Alfredo.
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