¡Cuánto nos ha abierto los ojos a nuestra realidad como seres humanos esta pandemia! Parece que el mundo, que había endurecido su corazón ante las cosas espirituales, ante las cosas del alma, empieza a palpitar un poco como debe ser. Definitivamente Dios no se equivoca y todo lo que acontece —aún las grandes y graves catástrofes como ésta— contribuye para que el ser humano sea lo que Dios ha querido que sea: Una copia fiel de Jesús que es manso y humilde de corazón, de ese Jesús que es justo y misericordioso, de ese Jesús que gastó los mejores años de su vida en sembrar en el corazón del hombre los cimientos para una vida mejor. Pero, siempre se ha dicho que el hombre escucha lo que quiere escuchar y descarta el resto. Esto testifica el hecho de que, como seres humanos, somos altamente selectivos en relación a lo que queremos oír y ver y comprender de corazón. En el Evangelio de hoy (Mt 13,10-17), Jesús nos llama a mirar con nuestros ojos y oír con nuestros oídos y comprender con nuestro corazón para que él pueda sanar nuestra sensación de insignificancia que tan a menudo nos dificulta creer en la Buena Nueva por cerrar nuestros oídos por mil razones.
Yo creo que con ocasión de esta inesperada y aparente inacabada pandemia, con el confinamiento en casa, la mayoría de los discípulos–misioneros hemos podido pasar un poco más de tiempo con Jesús que nos ha podido —entre estos signos de los tiempos— revelar los secretos del reino de los cielos. Yo creo que alrededor del globo terráqueo somos muchos los que le pedimos su ayuda para abrirnos a su amor y al inmenso aprecio que nos ofrece haciéndonos ver que muchas cosas que el mundo aparentemente nos presentaba como felicidad, como realización, como entretenimiento... no era mas que nada y vacío. En estos días, que para muchos son ya de meses y meses, el Señor mismo nos ha revelado que el misterio de Dios, en toda su riqueza, no es una verdad que se imponga a la inteligencia humana. Es un secreto, es un misterio que sólo se da a los que están dispuestos a escuchar y eso porque hemos tenido tiempo de practicar la escucha. Es el oyente, el que ha de esforzarse en comprender. Las parábolas del Evangelio, como se nos recuerda hoy, no se entienden si no se las escucha con espíritu de fe como hicieron los santos... no hay que ir con prisas, hay que meditar, esforzarse, saber superar las imágenes exteriores y encontrar su sentido interno y en este tiempo tenemos la oportunidad de hacerlo. ¡Cómo nos puede ayudar la condición que vivimos para escuchar y crecer como hijos de Dios!
Hoy estamos celebrando a santa Brígida, patrona de Europa. Santa Brígida fue una religiosa, nacida en Suecia, que contrajo matrimonio con el noble Ulfo, del que tuvo ocho hijos, a los cuales educó piadosamente, consiguiendo al mismo tiempo con sus consejos y con su ejemplo que su esposo llevase una vida de piedad. Muerto éste, peregrinó a muchos santuarios y dejó varios escritos, en los que habla de la necesidad de reforma tanto de la cabeza como de los miembros de la Iglesia. Fundó la Orden religiosa que popularmente lleva su nombre: las Brígidas, aunque se llama «Orden del Santísimo Salvador». En 1346 se trasladó a Roma, donde fue para todos ejemplo de virtud. Hizo humana y sobrenaturalmente todo cuanto pudo para aliviar los males derivados del destierro de Avignon. Dejó escritos que narran sus experiencias místicas. Murió en Roma el año 1373. Santa Brígida fue una mujer que supo escuchar al Señor y que en medio de sufrimientos, como la muerte de su esposo, supo leer lo que Dios le pedía y dio un giro a su vida, siendo un gran ejemplo no solamente para su familia de sangre, sino para muchas almas más. Nosotros, como santa Brígida, hemos recibido de Dios el don de la fe y con sencillez porque hemos querido escuchar y por eso intentamos responder a ese don desde nuestra vida según nuestra vocación específica. Nos hemos enterado del proyecto de salvación de Cristo, le hemos escuchado y lo estamos siguiendo. ¡Qué importante es el escuchar estando en sintonía con los sentimientos de Cristo! Que María Santísima nos ayude en nuestro peregrinar. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!
Padre Alfredo.
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