El Evangelio es algo que acontece, porque el Evangelio es una palabra viva: el autor del evangelio, el que nos habla a través de las palabras, está vivo aquí y ahora... El Evangelio se dirige a ti y se dirige a mí. No es una colección de ideas o de bonitos pensamientos sino el encuentro con «Alguien» y ese «Alguien» es Cristo. En cada meditación del Evangelio, hay que hacerse siempre esta pregunta: ¿qué descubro de Ti, Señor, a través de este pasaje evangélico que ha llegado a mi corazón? El Evangelio de hoy nos enseña mucho, pues en él, es el mismo Cristo el que nos explica la parábola del sembrador que todos conocemos (Mt 13,18-23). Las palabras materiales del Evangelio no pueden ser oídas o leídas a la manera de una lectura ordinaria. El Evangelio tampoco puede ser recibido solamente con un entusiasmo que se apaga en el arranque, porque hay algunos que empiezan a meditar con entusiasmo —pues es verdad que al principio se suele encontrar mucha consolación en la palabra de Dios—; pero es necesario perseverar, hay un conocimiento profundo de Dios que no se adquiere más que con una larga e incansable frecuencia con el Evangelio, leído, estudiado y meditado.
El Evangelio tampoco se puede recibir como una semilla en un ambiente en el que el agobio del trajín de la vida diaria la ahoguen y se quede estéril; hay que saber elegir porque el mismo Evangelio nos dice: «No pueden servir a la vez a Dios y al dinero» (Mt 6, 24); las preocupaciones mundanas, el agrado del placer, el afán de riqueza ¡pueden ahogar la Palabra de Dios! El Evangelio ha de ser escuchado y como dicen muchos santos, rumiado una y otra vez para comprender el mensaje que nos trae el Señor; el que lee, estudia y medita así el Evangelio ése sí da fruto y produce en un caso ciento, en otro sesenta, en otro treinta. Jesús nos lo advierte: la cosecha es maravillosa... pero la siembra es difícil. No hay recolección sin trabajo. Dios quiere que, en nuestro terreno, su Palabra produzca siempre fruto, no importa cuánto, porque la capacidad de cada uno es diferente, él solamente espera fruto. En la actualidad, el Evangelio está difundido en muchas lenguas. Sin embargo, faltan discípulos–misioneros y comunidades en donde se cultive su lectura y contemplación. Gente atenta al mensaje del Señor y dispuesta a ponerlo en práctica. profundizando vivencialmente en su conocimiento y abonan en su corazón la tierra fértil donde florece y produce abundantes frutos. Discípulos–misioneros que profundizando vivencialmente en su conocimiento vayan abonando en su corazón la tierra fértil donde florece y produce abundantes frutos. Eso han hecho los santos, cada uno según su capacidad y su forma de ser.
Hoy, por ejemplo, celebramos a san Chárbel Makhlouf, ejemplo de vida consagrada y mística. San Chárbel fue un asceta y religioso del Líbano perteneciente al rito maronita, y el primer santo oriental canonizado desde el siglo XIII. Nació el 8 de mayo de 1828 en Beqaa-Kafra, el lugar habitado más alto del Líbano. Creció con el ejemplo de dos de sus tíos, ambos ermitaños; y a la edad de veintitrés, dejó su casa en secreto y entró al monasterio de Nuestra Señora de Mayfuq, tomando el nombre de un mártir sirio: Chárbel. Hizo los votos solemnes en 1853 y fue ordenado sacerdote en 1859. Fijó como su residencia el monasterio de San Marón en Annaya, que se encuentra a 1067 metros sobre el nivel del mar. El Padre Chárbel vivió en esta comunidad por 15 años siendo un monje ejemplar dedicado a la oración, apostolado y la lectura espiritual. Tiempo después sintió el llamado a la vida ermitaña y el 13 de febrero de 1875 recibió la autorización para ponerla en práctica. Desde ese momento hasta su muerte en 1898, se dedicó a la oración (rezaba 7 veces al día la Liturgia de las Horas), ascesis, penitencia y el trabajo manual. Comía una vez al día y permanecía en silencio. La única perturbación a su oración venía por la cantidad de visitantes que llegaban atraídos por su reputación de santidad. Estos buscaban consejo, la promesa de oración o algún milagro. Él dio el fruto que Dios esperaba en su condición de ermitaño. Fue beatificado por el Papa Pablo VI el 5 de diciembre de 1965, durante la clausura del Concilio Vaticano II. Mientras que su canonización se realizó el 9 de octubre de 1977 durante el Sínodo Mundial de Obispos. Su devoción se ha extendido en el Líbano, pero también ha cruzado las fronteras a América y en especial en México donde se lo venera fuertemente. Que san Chárbel y María Santísima, que dio también frutos abundantes, nos ayuden a fructificar nosotros también. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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