Cada vez que rezamos el Santo Rosario y concluimos añadiendo las letanías lauretanas, invocamos a María como «Reina»: Reina de los ángeles, Reina de los patriarcas, Reina de los profetas, Reina de los apóstoles, Reina de los mártires, Reina de los confesores, Reina de las vírgenes, Reina de los santos, Reina concebida sin la mancha del pecado original, Reina llevada al cielo, Reina del Santísimo Rosario, Reina de la familia, Reina de la paz... Si los católicos veneramos e invocamos a María como «Reina», es claro que no es para quitarle honor, gloria y honra a nuestro Señor Jesucristo «Rey del Universo», sino que justo el hecho de que Jesús sea Rey, es lo que precisamente le confiere a María ese título de Reina que la Iglesia celebra en este día 22 de agosto, puesto que ella es su Madre. Sabemos que como Reina está sometida al Rey y el hecho de ser Reina no le quita ningún poder ni dominio a Cristo Rey, soberano que está por encima de todo. El título de María como Reina, es un título que la honra por ser la Madre del Rey, el Señor Jesús y por eso, por ser Madre del Creador, la reconocemos como «Reina de cielos y tierra». El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que «la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como “Reina del universo”, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte» (nº 966). Así, con razón, pudo escribir San Juan Damasceno: «Verdaderamente fue Señora de todas las criaturas cuando fue Madre del Creador» (cit. en la Enc. Ad coeli Reginam, de Pío XII, 11-X-1954).
Qué hoy me perdone Ezequiel, San Mateo en la liturgia de la Palabra de este día —y ustedes por lo largo que seguro será mi reflexión—, porque quiero hablar de María y su reinado, a fin de cuentas, iré de todas maneras a la Sagrada Escritura en el Nuevo y Antiguo Testamentos para iluminar la celebración mariana de hoy. La Biblia narra que el ángel Gabriel anuncia a María que ella concebirá a Jesús, a su vez le hace conocer que Él recibirá el trono de David, su padre, y que reinará sobre Jacob por los siglos sin fin: «El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”» (Lc 1,30-33). En el lenguaje bíblico, la madre del rey, venía a ser siempre la reina, es por eso que cuando la Biblia habla del inicio del reinado de cada uno de los reyes de Judá —de la dinastía de David en concreto—, se menciona automáticamente el nombre de su madre, puesto que ellas eran las reinas y no las esposas como sucede en el mundo actual. Las citas bíblicas que confirman esto son muchas (1 Re 14,21; 1 Re 15,1-2; 2 Re 8,26; 2 Cro 22,2; 2 Re 12,1; 2 Cro 24,1; 2 Re 15,1-2; 2 Re 15,32-33; 2 Cro 27,1 y muchas más). Contemplando esa prerrogativa que la madre del rey tiene en la Biblia, aunque explícitamente no se mencione más que en una sola cita la condición de Reina de la madre de un rey (Maaca, la madre, del rey Asa, a quien él depone del cargo: 2 Cro 15,16; 1 Re 15,13), es natural que nosotros los católicos consideremos a María, madre del Señor, como Reina del Universo, puesto que Jesús es el Rey del Universo. El teólogo Colin B. Donovan, es quien, estudiando la monarquía del Rey David, en el Antiguo Testamento hace ver que la Reina del Reino de David era la Reina Madre, esto porque los reyes —por razones de estado y de su cultura— tenían muchas esposas, ninguna de las cuales podía llamarse reina con mayúscula. Ese honor estaba reservado a la madre del rey, cuya autoridad superaba con creces a las muchas «reinas» casadas con el rey. Vemos que este es el papel que Betsabé jugó respecto al Rey Salomón y las ocasiones en que la «Reina Madre» actuó como regente en nombre de los sucesores juveniles al trono.
Hoy la Iglesia nos invita a contemplar a María sentada en el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su Hijo y a entronizarla a la vez en nuestro corazón. Ella tiene, entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo por ser la que más cerca está de Él. Por eso la Iglesia la proclama Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las vírgenes como dije al inicio. Ella es Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del Universo, a quien podemos invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de Madre, sino también con el de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y amor los ángeles y todos los santos. La realeza de María no es un dogma de fe, pero es una verdad del cristianismo. Esta fiesta se celebra, no para introducir novedad alguna, sino para que brille a los ojos del mundo una verdad capaz de traer remedio a sus males.Esta celebración de María Reina, fue instituida por Pío XII. La reforma del Calendario Romano de Pablo VI decidió que se celebrara, con rango de memoria obligatoria, el 22 de agosto, octava de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Tenemos una oración bellísima que la Iglesia canta sobre todo en la cincuentena pascual y que hoy, no nos vendrá nada mal rezar: El Regina Caeli (Reina del cielo). Aquí va el bonito texto del Regina Caeli, que llama al reino de María y pide su poderosa intercesión: «Alégrate, Reina del cielo; aleluya. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya. Ha resucitado, según predijo; aleluya. Ruega por nosotros a Dios; aleluya. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya. Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén». ¡Bendecido miércoles bajo la mirada y el cuidado de nuestra Excelsa Señora, Reina y Madre de Misericordia!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario