jueves, 16 de agosto de 2018

«Ana María Amezcua»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo XIX

Hace ya muchos años, conocí en la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana a la hermana Ana María Amezcua Linares, que como Misionera Clarisa había recibido el nombre de Ana María de la Inmaculada.

La hermana Ana María Amezcua nació en la Ciudad de México el 22 de Enero 1934 y fue bautizada ese mismo año.

Ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 17 de Abril de 1955 en la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana, en donde inició su noviciado que continuó en Japón, a donde fue enviada con otras tres novicias en un barco desde Los Ángeles, California, en donde la misma beata María Inés, que la había recibido en Cuernavaca, las embarcó. Allí, con la sencillez que caracterizaba a la beata, envió a las tres jovencitas a Japón encargándoselas, personalmente, como una buena madre, al capitán del barco para que cuidara a sus hijas durante el viaje, despidiéndolas con su bendición. Allá en ese país de oriente, en la ciudad de Karuizawa, profesó Ana María los votos de castidad, pobreza y obediencia el 8 de diciembre de 1957 para consagrarse luego, perpetuamente al Señor, el 2 de febrero en Tokio. La beata María Inés había enviado allá a este grupito de novicias para que contagiaran del amor a la misión y a la Virgen de Guadalupe, Patrona principal de la Familia Inesiana, a las primeras novicias japonesas.
En junio de 1970, por disposición de la misma beata María Inés, Ana María fue enviada a Indonesia en donde vivió gran parte de su vida envuelta en un espíritu sencillo y abierto, apostólico y servicial, con un grande y especial amor a su «Jesusito de su Corazón» como llamaba a Cristo adorándolo en la Eucaristía y acompañada siempre de su «Madre y Reina la Virgencita de Guadalupe», como solía llamarla con tanto fervor y amor. Este amor al Señor y a la Virgen fue siempre muy profundo en su alma y lo irradiaba a los demás. Su trato con todos fue siempre bondadoso y alegre, ayudando en lo que le encomendaran, desde los escondidos trabajos de casa en el gallinero del Noviciado en Taman, pasando por el catecismo a varios niveles y sus tareas de Maestra de Novicias, Superiora local y luego Superiora Regional de esa nación tan querida por la beata María Inés.

Entre las tareas apostólicas de esta gran misionera en Oriente, destacan los dos períodos que vivió en Jakarta, en donde inició el apostolado del grupo de latinos expatriados, a quienes ayudó buscando y encontrando un sacerdote que hablara español y les celebrar la Misa dominical en español, celebrada siempre, por muchos años, los sábados por la tarde, en la capilla del Seminario Menor del Obispado Wacana Bhakti en Pejaten, Jakarta, cosa que les ayudó mucho a su vida espiritual y a sus compromisos para con Dios como católicos. También, Inició una serie de reuniones de profundización de la Fe con señoras y diversos grupos  de  catecismo en español a sus niños en grupitos, juntándose en sus casas. El 2 de febrero de 1982, allá mismo en Indonesia, Ana María celebró sus Bodas de Plata el 2 de febrero de 1982.

En el último período que estuvo en Jakarta, fue operada de cataratas, y otras veces hospitalizada por algunos problemas cardiacos viéndose minada su salud. En esa, el país en donde pasó la mayor parte de su vida, celebró, en el 2007, sus cincuenta años de vida consagrada. Desde el 2014 residía en la Casa de Madiun donde nuestra hermanas tienen un hospital en donde era atendida y, en noviembre de 2015, por indicación médica, se le trasladó a Surabaya en donde poco antes de la Navidad de ese mismo año, le tuvieron que amputar la mitad de su pierna izquierda. La hermana llevó todo el sufrimiento con un carácter oblativo, entregándose de lleno a la Voluntad de Dios y siempre de la mano de su Virgencita de Guadalupe y de la beata María Inés. Las hermanas, los médicos, enfermeros y personal del reparto la quisieron mucho y constantemente la visitaban en su cuarto en donde el espíritu misionero de dejaba sentir en momentos de oración y recreación. En 2017 fue decayendo más y más su salud, convirtiéndose en un miembro de Cristo crucificado del tesoro de la Familia Inesiana en Indonesia. 

Así, ya muy enferma y en su silla de ruedas, asistía siempre a los distintos actos de la comunidad, y después de la comida a mediodía en comunidad, pedía ir a la capilla para estar ante su Virgencita de Guadalupe rezando el Santo Rosario y el Rosario de la Misericordia platicando con la Virgen de una manera muy sencilla, como lo había aprendido de su madre fundadora. A las dos las tenía en su buró en estampitas y allí también, compartía con ellas profundas miradas de amor que la alentaban a ofrecerle todo a Jesús. Yo mismo, en varias ocasiones en la Casa Madre, había sido testigo del amor entrañable de esta misionera de sonrisa perenne hacia la Virgen y la beata María Inés. ¡Vámonos a Indonesia! me decía desde que yo era seminarista.

En sus últimos años, consciente de su situación física, como nunca perdió su buen humor, las hermanas seguido iban a verla haciéndole bromas, platicando e inventando algo compartiendo la alegría que se dejaba ver en su rostro siempre sonriente. Consciente siempre de su situación física, sentadita en su silla de ruedas, recibía, porque así lo pidió, la ropa que las hermanas recogían de los tendederos para ayudar a doblarla, lo mismo que cosía o remendaba algo a mano o rellenaba almohadas. En su vida de misionera en el dolor, no hubo nunca espacio para la tristeza.

Cuentan las hermanas de Indonesia que un día que la hermana Rina, superiora regional de Indonesia, le dio a besar la estampita de la Virgen y luego la de Nuestra Madre —las que tenía en su buró—, se puso muy feliz, como si se encontrara con ellas. Dicen que la expresión de su rostro, en aquellos momentos, no la pueden olvidar. Narran, además, que en los momentos de agudo dolor, se le escuchaba decir: ¡Virgencita ayúdame, no puedo más. Jesusito... Corazón de Jesús en Ti confío! 

Un mes antes de morir se puso ya muy enferma y, durante dos días consecutivos, el rezo de las Vísperas y el Rosario, se tuvieron en su cuarto, con las hermanas de la comunidad cantando y tocando la guitarra. Ella con sus manos juntas seguía el rezo con sus labios. era un detalle que ella mucho agradeció sin perder el buen humor. En una ocasión —según platican las hermanas— estando todas en su cuarto, sabiendo las luchas contra el demonio que en los momentos fuertes de enfermedad se viven, la hermana Rina le dijo: «Aquí está la Virgencita de Guadalupe, Ella no se va de aquí...» y cuentan que con toda espontaneidad ella exclamó: «¡Si se va, me le cuelgo…!», provocando la risa de todas las hermanas. 

En el último mes antes de que Dios la llamara al Cielo, sus dolores físicos se agudizaron, ella los ofrecía al Sagrado Corazón y a su Virgencita y decía, según escuchaba quien tenía cerca: «Siento que se me quema la pierna, que el estómago que me revienta, el pecho que se me oprime por el dolor agudo y no puedo respirar bien, me siento mal ya no puedo más... Jesusito ya llévame... Virgencita ayúdame...» Su último mes de vida veía —según decía— a su papá y su mamá que venían uno o el otro a verla y a decirle que rápido se preparara porque ya se iban. Y luego desaparecían. Así que todos los días, siempre pedía que la vistiéramos bien, porque tenía que irse. Preguntaba que si ya estaba pagado el boleto, que a qué horas y con quién se iba, que si su bolsita ya estaba lista con lo necesario, etc. Veía grupos de niños o personas que había conocido y tantas cosas más del pasado. El enemigo, que ronda buscando siempre a quién devorar (1 Pe 5,8) y con estas almas buenas y generosas busca ensañarse, no se quería dar por vencido, la atacaba de diversas formas pero fue vencido, pues ella decía que le veía y espantaba en formas diferentes. La comunidad invocaba a la Santísima Virgen con diferentes plegarias y la hermana Ana María se quedaba tranquila, repitiéndose esto repitió en diversas ocasiones. Fueron tres días de furia del demonio, pero nada consiguió con la ayuda de Dios y de la Santísima Virgen. 

El jueves 6 de julio 2017, antes del viernes primero de mes, la llevaron a la Misa de apertura del nuevo año escolar en el colegio de las hermanas. Y por la tarde quiso estar en la Hora Santa, con un rostro que dejaba ver el ansia de estar ya con Nuestro Señor reflejando gozo y paz con un brillo especial. Al día siguiente, viernes primero de mes, se puso más mal y esa mañana afirmó que vinieron su papá y su mamá para decirle que ya estaba listo el viaje, y que ya se iba con ellos. Sí, estás lista, le decían las hermanas, te tenemos listo todo para el tren. Ahora prepárate para el abrazo eterno, te queda poco hermana Ana María. mientras ella decía: «Virgencita ayúdame, ya no puedo más. Ya llévame contigo». Hubo que llevarla al hospital pero antes quiso pasar a la capilla para saludar a su Jesusito y a su Virgencita de Guadalupe, despidiéndose de Ellos. En la mañana del sábado, como a las 7 de la mañana, comenzaron a bajar sus signos vitales y todavía consciente escuchó la fórmula de renovación de sus votos como religiosa y expiró, invitada a ir al abrazo eterno y feliz con su Dios y Señor y en brazos de su Virgencita de Guadalupe. 

La entrega misionera de esta vida consagrada al Señor fue heroica en el ser y en el quehacer, entregando al Señor hasta el último suspiro y el Señor, como regalando algo especial a su misionera, permitió ver un gesto especial en los peces del laguito que está al lado de la capilla, ahí en la casa donde la velaron. Dicen las hermanas que el día en que murió, y al llevar su cuerpo a la Capilla, todos los pececillos se juntaron sacando sus cabecitas, como mirando todos en dirección a donde estaba el cuerpo de Ana María, insinuando que también ellos querían darle su último adiós. 

Descanse en paz la hermana Ana María Amezcua.

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