Qué importante es saber aprovechar las ocasiones que la vida nos va ofreciendo a cada momento. Ocasiones que hay que saber valorar, conscientes de que cada momento no se repite nunca más. Ayer, invitado por el padre Esquerda, vino a cenar Mons. Jorge Patrón Wong, secretario de la Congregación para el Clero aquí en el Vaticano. La amena reunión, gracias a que monseñor Jorge preguntó a las hermanas misioneras: «¿Y qué les atrajo para venir a esta Familia Misionera y donar su vida?» giró en torno a Jesús Eucaristía y todo lo suyo, sus intereses que, a fin de cuentas, son los de quienes hemos querido consagrar nuestra vida para ir tras de Él y luego, a la misión, delante de Él para que todos le conozcan y le amen. La alegría de la vocación se dejó sentir en cada momento, en cada palabra de la conversación, en cada respuesta, en cada anécdota de las hermanas, de los dos monseñores y de un servidor. Son hermosos momentos estos de compartir el gozo de haber sido atraídos por Cristo, instantes tal vez, pero de los cuales pende en mucho nuestra felicidad durante el andar por la vida terrena y, sobre todo, marcan la pauta para seguir avanzando hacia la felicidad eterna después de la muerte. Es el mismo Cristo «Pan de Vida» el que nos hizo que, en un sencillo banquete, reestrenáramos el gozo de la vocación llegando a la conclusión de que es Él mismo quien alimenta el «sí» que con alegría vivimos desde aquel día inicial.
El apóstol San Pablo, en la segunda lectura del día de hoy, recuerda en esta carta a los efesios (Ef 5,15-20) cómo entre los paganos, los banquetes no dejaban nada bueno y que ellos, —los efesios como buenos cristianos— no debían beber del mismo vino del mundo, que no deja más que vacío en el corazón, sino del vino del Espíritu de Cristo que nos hace familia reunida en torno a Él. En los tiempos de san Pablo los primeros cristianos sentían frecuentemente la tentación de participar en los cultos paganos, en sus fiestas, en sus rituales y banquetes tal como lo habían hecho antes de convertirse a Cristo. Ahora debían abandonar definitivamente las costumbres paganas, comportándose como auténticos discípulos de Cristo recordando que habían sido llamados para estar con Él y para ser enviados como discípulos–misioneros (Mc 3,13-14). No nos viene mal también a nosotros, los cristianos del siglo XXI, recordar estas palabras de san Pablo y nosotros, aquí en la casa de Garampi, lo hemos experimentado en la cena de anoche. También nosotros, los hombres y mujeres de este siglo, nos vemos todos los días tentados a participar de las ideas y costumbres de una sociedad cada día más paganizada; entonces es bueno que también nosotros renovemos todos los días nuestro propósito cristiano de dejarnos guiar y conducir por el Espíritu de Cristo que es el «Pan de Vida» como nos recuerda el Evangelio de hoy (Jn 6,51-58). Es preciso que no olvidemos que vivimos inmersos en la vida temporal, y que es sólo sostenidos por el «Pan de Vida» que podemos conservar la alegría del Evangelio para darla a los demás.
Acercarse a comulgar es para los que somos católicos, acercarnos a la eternidad, es pasar de un nivel terreno a otro muy distinto, trasladarnos a una atmósfera de luminosidad y de gozo. Comulgar el «Pan de Vida» es, en definitiva, para nosotros discípulos–misioneros, unirse íntimamente con Dios, penetrar en el misterio de su vida gloriosa y disfrutar, en cierto modo, de la alegría singular de los bienaventurados en el Cielo. El Señor lo dice explícitamente hoy: «El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí». Así, pues, lo mismo que Jesús está unido al Padre, así el que participa en la Eucaristía vive unido al Señor. El que comulga con las debidas condiciones, limpio de pecado mortal, comprende, por la sabiduría que viene de Dios, que de esta manera llega a la unión mística y grandiosa del alma con Dios, se remonta hasta la cumbre del más grande Amor; ese estado dichoso en que el hombre se identifica, sin confundirse, con el mismo Dios y Señor. La Sabiduría, que es Dios mismo, edifica su casa entre los hombres y prepara un banquete para todos los que lo desean (Prov 9,1-6). Jesucristo es en realidad aquella Sabiduría (o Palabra) de Dios que «era ya en el principio de todas las cosas, por quien todas éstas fueron creadas», «que habitó entre nosotros», «en quien puso el Padre todas sus complacencias», que vino al mundo «para que tengamos vida y la tengamos en abundancia» y que invita a todos los hombres a sentarnos a su mesa: la mesa de la «palabra que da la vida» y del «pan bajado del cielo». ¡Bendecido domingo, alimentados con María, por el Pan de Vida» que da calidad a nuestras vidas!
Padre Alfredo.
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