martes, 28 de agosto de 2018

«Gracias a la vida, gracias a mi Padre Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy

A lo largo de la historia, ha habido varias ocasiones en que se ha anunciado la inminente llegada del fin del mundo. La primera fecha que yo recuerdo es de cuando era niño y escuchaba que el mundo terminaría en 1975. Solamente los Testigos de Jehová han intentado poner fecha para el fin del mundo desde 1780 y se han equivocado más de 30 veces. La última fecha es en 2975, cuando ya no nos tocará ver nada desde aquí. San Pablo, en la primera lectura de hoy (2 Tes 2,1-3.14-17) que no se dejen perturbar fácilmente al respecto. Estamos en las manos de Dios y Jesús mismo nos dijo que no sabemos ni el día ni la hora (cf. Mt 25,13). Vale para nosotros el consejo de Pablo: «manténganse firmes y conserven la doctrina que les hemos enseñado», «Dios nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza», y nos da fuerzas «para toda clase de obras buenas y de buenas palabras». O sea, hay mucho que agradecer por la vida y la fe, y bastante que hacer todavía, antes del final. Hay mucha gente que se imagina que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina, y eso, la verdad, puede ser o no. A veces nos imaginamos que solamente ahora, en la actualidad, nuestros tiempos son turbulentos, los usos y costumbres cambiantes y provocadores de oposiciones entre las distintas maneras de comportarse y que eso lleva al caos que inevitablemente hará al mundo colapsar. En todas las épocas, desde que la Iglesia nació, fundada por Cristo, ésta ha conocido miles de cambios y montones de oposiciones a nuestro estilo de ver la vida y de vivir la vida. Jesús, en su tiempo, fue un factor de evolución de las costumbres de sus correligionarios judíos y con eso muchos veían ya el fin venir, mientras que otros, como algunos fariseos y escribas, se queban enfrascados en dar importancia a cosas insignificantes, poco importantes ante la llegada de Dios, que no sabemos cuando acontecerá y descuidar las que verdaderamente valen la pena, las que están en el interior (Mt 23,23-26). Pero, estos defectos que Jesús exhibe en el Evangelio de hoy no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. También los podemos tener nosotros... ¿En qué se nos va la vida? 

Yo hoy le doy gracias a Dios porque cumplo un año más de vida (57 nada más). He vivido en este mundo 20805 horas, más o menos unas 499320 horas. Y tal vez, cuando uno celebra su «cumple» como se dice mucho hoy, uno deba preguntarse: ¿En qué se me ha ido todo este titipuchal de tiempo? ¿Qué es lo que más me ha apasionado en todo este tiempo? ¿Qué logros he conseguido? ¿Cómo se ha desarrollado mi fe? ¿Qué metas he cumplido y cuáles quedan por alcanzar? ¿Qué es lo que más me ha costado en la vida?... y por lo menos yo me doy cuenta de que es el viaje hacia el encuentro con Dios lo que más me gratifica. Estoy agradecido a la vida en este seguir aprendiendo a ver tantos destellos del amor de Dios en cada tramo del sendero y a dar espacio en mi alma, en mi corazón, en mi razón a ese amor para enfrentar la muerte —cuando llegue porque Dios así lo ha querido—, de pie, como un valiente, no por mis armas o por tanto que he aprendido según yo, sino lleno de confianza en la misericordia de Dios que es infinita. Estoy agradceido con la vida porque me da la oportunidad de darle un constante espacio al amor en una una vida muy bendecida por Dios con unos padres excelentes, un hermano que vale oro, una cuñada que es como mi hermana y unas sobrinas —más Pablo por supuesto (el esposo de mi sobrina Irina)— que son una maravilla junto al piloncito de mi familia de sangre más cercana, la tremenda —como su nombre lo indica— Bárbara, mi sobrina nieta. Camino acompañado por todos ustedes, mi familia, mis amigos, mis hermanos en el ministerio, los miembros de mi valiosa familia misionera fundada por la beata María Inés que ha colmado mi vida espiritual de fe, esperanza y amor en el Creador, tantos amigos de los muchos lugares en donde he vivido y desarrollado la tarea misionera que tanto me llena y que tanto reclama mi conversión del día a día. Voy por la vida de la mano de todos ustedes pensando en el cielo, allá, donde no habrá muerte, ni lágrimas —sino solo de amor y gratitud tal vez—, ni tristezas, ni temor, porque el amor que en estos 57 años de vida empiezo a calar, allá impera eternamente. Y aquí estoy, muy bendecido en estos días que, como en los cumpleaños de cada uno de ustedes, son siempre de fiesta al estilo de cada quien. El sábado tuve la sopresa de la Misa y el regalazo del Ramillete Espiritual de la Adoración Nocturna aquí en la parroquia, el domingo los momentos bellísimos con excelentes amigos y Vanclaristas en ¨La Marquesa» contemplando la naturaleza estupenda y cautivadora que Dios nos da y además el jueves estreno frigobar. 

Y junto a todo esto también le doy las gracias a nuestro Padre Dios por los momentos en mi vida cuando me ha pedido que ocupe un sitio más atrás de donde yo me había yo sentado lleno de soberbia y de la vanidad del mundo que se nos pega También agradezco los momentos cuando he pensado que debía guardar distancia de algo o de alguien y me ha pedido acercarme para ser lo que debo ser, un reflejo de su amor y misericordia pidiendo perdón a quienes he herido, fastidiado o lastimado a veces sin querer y otras, sumergido en la condición del más grande pecador, como diría aquel... sin querer queriendo. Así, llego a mis 57 años diciendo gracias y también perdón a Dios y a todos. Hoyrenuevo mi fe porque creo en un Dios que no solo hoy 28 de agosto, sino cada día que pasa, levanta mi alma hacia Él con un corazón que sige caminando en la ardua tarea de la conversión y que hoy, por primera vez en mi vida, se ve bendecido por ir al rato a la Basílica de Guadalupe como mi mejor regalo para gastar 4 horas de estas que se añaden a las que he vivido y que son de las mejor gastadas en el confesionario, la cajita feliz, dando vida bajo la mirada amorosa de la Morenita que me alcanzó el milagro de nacer —algunos saben que nací de milagro—, la vida que viene de Dios y es para darla, la vida de abundancia que Jesús prometió cuando dijo: «A mí nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero (Jn 10,18). ¡Feliz y bendecido martes para todos! 

Padre Alfredo.

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