miércoles, 15 de agosto de 2018

«La asunción,un dogma de fe»... Un pequeño pensamiento para hoy


Yo no se si la Morenita me extrañará la tarde de este martes en su casita del Tepeyac, pero debe saber que ando en asuntos de su Hijo y la celebraré compartiendo en la Casita —la casa general de nuestras hermanas Misioneras Clarisas— la Santa Misa de la bellísima fiesta de su «Asunción» a los cielos, en este día en que recuerdo a tantos compañeros y amigos sacerdotes que celebran hoy su aniversario de Ordenación. Hoy es aún martes y tengo más de cuatro horas en este inmenso aeropuerto de la madre patria esperando el vuelo de Ryanair a Roma que, como suele suceder en estas fechas de vacaciones, esta retrasado. De sala en sala —porque nos han hecho recorrer más de medio aeropuerto en una peregrinación por cambios de puerta de salida— he visto personas de todos colores y sabores, con fe y sin ella seguramente. Frente a mi están sentados dos entusiastas muchachos italianos que han hecho «el camino a Santiago» Ricardo y Nícolo, que ya regresan a casa. En el tren para ir a la terminal central y recoger la maleta iba un padrecito bastante serio, luego, en el autobús que nos transportó de una terminal a otra compartí asiento con una pareja joven que, por la plática y el porte, era casi evidente que no practiquen religión alguna. En la penúltima sala de espera, antes de llegar a esta en donde embarcaremos, estaba con unos budistas… y por supuesto una gran cantidad de españoles entre los que habrá seguramente quienes tal vez tenga la fe que se depositó en ellos en el bautismo y viven como si no la tuvieran; y a lo mejor personas que no la tienen y quisieran tenerla. 

La mayoría de los países de occidente están llenos de personas que han nacido en el seno de una familia creyente y son casi genéticamente cristianas. Pero, en las últimas generaciones, se trata de personas a las que nunca nadie les ha hablado de Dios, por lo tanto no lo conocen o si saben de su existencia, no lo aprecian y por falta de esa «experiencia divina» que a muchos nos ha marcado, carecen de sensibilidad para las cosas espirituales. La fe, a muchos de ellos, no les dice nada, porque no pueden imaginar lo que es tenerla y no entienden los asuntos de la fe. Digo todo esto precisamente por la fiesta de hoy, que definitivamente, una persona sin fe, o con la fe «anestesiada», no puede entender ni celebrar. La fiesta de hoy, de la «Asunción de María a los cielos», nos enseña que la fe no es algo demostrable, pero que creer es razonable para el que tiene fe, y eso es más razonable que vagar por el mundo sin creer. De María se dijo: «Feliz la que ha creído» (Lc 1,45). María supo vivir toda su vida llena de fe, supo cuidarla con gran fidelidad en el corazón, y hacerla fructificar desde su profundo silencio acogedor. Movida por la fe dijo «Sí» al Señor y engendró la Vida para los hombres en su vientre. El Evangelio de hoy nos deja ver que movida por la fe, «María se levantó y se encaminó presurosa a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,39-40). La Palabra de Dios nos dice también que la presencia de María, al contagiar la fe, expandió la alegría de Isabel y del hijo que esperaba: «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,44). 

María —nos enseña el magisterio de la Iglesia y lo creemos por la fe— fue llevada en cuerpo y alma al cielo —sin que quede definido si pasando por la muerte o por un estado de dormición—. Pero, cosas como este dogma, solo se entienden desde un corazón que tenga una mirada de fe. La tradición nos dice que, según algunos relatos apócrifos encontrados en el siglo IV, al tercer día después de que María murió o se durmió para este mundo, visitaron algunos su tumba y su cuerpo no estaba, por lo que los padres de la iglesia primitiva dieron por sentado que fue llevada al cielo. Al estar en Dios y con Dios, María, asunta al cielo, está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, y ayudarnos con su bondad materna. Ella nos ha sido dada como «Madre» a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre. Ella está siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros. Ojalá se pueda decir de cada uno de nosotros que tenemos una fe grande como Ella para comprender estos hechos extraordinarios de Dios, como el habérsela llevado al cielo, para tener así, la misma actitud de «apertura» que la asunta al cielo tiene hacia todos, creyentes o no, es decir, una disponibilidad y acogida sin reserva hacia cualquier hombre con un corazón como el de María que, llevada en cuerpo y alma al cielo, no deja de estar aquí. ¡Bendiciones en este día de fiesta! 

Padre Alfredo.

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