El capitulo 18 de Jeremías es de gran belleza y de una marcada trascendencia para nosotros, discípulos–misioneros que nos sabemos llamados por el Señor para ser cristianos, hombres y mujeres de fe, creyentes «de calidad». El Señor le habla al profeta y le manda que visite la casa del alfarero para hacerle oír sus palabras (Jer 18,1-6) y allí, observando al Alfarero, Jeremías se da cuenta de que cuando se le estropeaba a aquel hombre alguna vasija de barro debido a su pobre calidad, «volvía a hacer otra con el mismo barro, como mejor le parecía». Luego de que el profeta se queda observando esto, el Señor dirige sus palabras: «¿Acaso no puedo hacer yo con ustedes, casa de Israel, lo mismo que hace este alfarero? El alfarero es la imagen de Dios trabajando, moldeando nuestras vidas. Por medio de Jeremías Dios nos quiere enseñar que nuestra existencia no está en las manos de ninguna fuerza invisible o destino ciego, está en las manos de quien nos ha creado y quiere hacer de nosotros lo mejor, la figura que el quiere que seamos como personas y como comunidad. E «Alfarero» es «Alguien» que nos ama, que nos entiende, que esta dispuesto a trabajar con nosotros que hemos de ser tan dóciles como el barro, que, antes de que se seque y sea sometido a altas temperaturas, nos moldea.
Es probable que alguno en alguna ocasión, haya podido ver trabajar a un alfarero. Yo he visto a Belia y a la gente de su taller, en Capula, trabajar el barro, ir formando poco a poco, las elegantes catrinas diseñadas por Juan Torres su esposo, los caballitos y los demás juguetes, para luego ser sometidos al secado y al horno a altísimas temperaturas —por cierto que ayer pasé aquí en CDMX un día maravilloso con ella, con Marcela, con Magnolia y Lucio compartiendo el gozo de la fe, el amor al arte y la convivencia de amigos en el bello Coyoacán y aquí en Fátima— y creo que cuando uno ve de cerca, el trabajo de los alfareros, se queda con un cuadro muy nítido del mensaje que recibió Jeremías en aquel día en que él también visitó al alfarero. El alfarero está resuelto a transformar una masa que no tiene forma ni atractivo alguno, en un objeto de arte. En el taller de Belia es interesante observar el marcado contraste entre esa masa de barro sobre las mesas de trabajo y las hermosas y variadas piezas que, con su creatividad y sus asistentes, resultan de un colorido maravilloso. Los caballos parecen listos para mecer a nuestro niño interior y como que las catrinas parecen pretender bailar al ritmo de «Recuérdame» como en Coco. Dios nos habla desde lo cotidiano, desde la actividad de los hombres, desde lo que podemos comprender; desde la tarea de un alfarero o, como en el Evangelio de hoy, desde la ardua tarea de los pescadores que echan la red (Mt 13,47-53) y que también me ha ayudado a comprender la llamada de Dios y nuestra respuesta a construir el Reino, contemplando a estos hombres en su trabajo en Pátzcuaro, en Acapulco, en Lungui (Sierra Leona), en Limón (Costa Rica) y en tantos lugares más. Gracias a esas evocaciones, pienso en lo importante que es obedecer a esa llamada de Dios que exige la docilidad del barro y la fortaleza de la red.
Me parece contemplar al alfarero, que con paciencia y tesón va creando una vasija a su gusto, sin importarle tener que empezar de nuevo cada vez que el cacharro se estropea y por otra parte al pescador, remendando con esa misma paciencia la red para que cumpla su cometido. Como está la arcilla en manos del alfarero, como está la red en manos del pescador, así estamos nosotros en manos de Dios. Él nos va creando y remendando con paciencia, muchas veces a pesar de nuestras resistencias y debilidades. Pero, al mismo tiempo, sabiendo que Él, como alfarero o pescador, cuenta con nuestra docilidad, nuestra flexibilidad, nuestra maleabilidad... La obra de la construcción del Reino no puede llevarse a cabo sin nosotros. ¡El barro no se puede quedar en el confort de la mesa de trabajo ni la red sobre la arena de la orilla del mar, instalados en su confort! Hoy mi amada Costa Rica celebra su fiesta grande, el día de «Nuestra Señora de los Ángeles», la «Negrita» de esa hermosa basílica de Cartago que ha quedado grabada en mi corazón. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber depositar con amor nuestra vida, como Ella, en manos del «Divino Alfarero»; de saber escuchar la Palabra y dejarla encarnarse en nosotros, como Ella no hizo para que podamos, resistentes como una red, ir a pescar a nuestros hermanos como un verdadero signo de docilidad a la voluntad de Dios para colaborar en la construcción del Reino llevando el amor salvador de Dios a la humanidad entera. Les invito a rezar a Nuestra Señora de los Ángeles uniéndonos, en nuestra condición de discípulos—misioneros de corazón sin fronteras a nuestros hermanos de Costa Rica: Madre amorosísima que te dignaste escoger a Costa Rica para que fuera el trono de tus misericordias, te damos gracias por los innumerables beneficios recibidos de tu intercesión poderosa y te suplicamos que nos protejas en todos los momentos de nuestra vida, sobre todo cuando nos aflijan las preocupaciones; a esa hora, Oh Virgen y Madre de Dios, haz valer tus prerrogativas de Reina y de Madre ante la Santísima Trinidad; socórrenos desde el cielo con amor de Madre y con esplendidez de Reina. Vela por Costa Rica y nuestra amada patria. Oh Reina Soberana de los Ángeles y acrecienta nuestro amor a Cristo, Nuestro Rey y Señor. Amén. ¡Bendecido jueves recordando que es el día especial de la semana para adorar a Jesús Eucaristía y pedir por todos los sacerdotes!
Padre Alfredo.
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