Mi reflexión se centra en el santo que la liturgia católica nos propone para hoy, el apóstol Bartolomé, de quien no hay por ningún lado noticias relevantes. En las antiguas listas de los Apóstoles siempre aparece antes de Mateo, mientras que varía el nombre de quien lo precede y que puede ser Felipe (cf. Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,14) o bien Tomás (cf. Hch 1,13) y su nombre no se encuentra jamás en el centro de ninguna narración evangélica. «Bartolomé», como nombre de persona, es claramente un patronímico en él, porque está formulado con una referencia explícita al nombre de su padre. Y se trata, según los estudiosos, de un nombre probablemente de origen arameo, bar Talmay, que significa «hijo de Talmay». Aunque también tradicionalmente se le conoce como Natanael ( «Dios ha dado». cf. Jn 21,2). La identificación con dos nombres se deba probablemente al hecho de que se nombra a «Natanael», en la escena de vocación narrada por el evangelio de san Juan, al lado de Felipe, es decir, en el lugar que tiene «Bartolomé» en las listas de los Apóstoles referidas por los otros evangelios. Pero, hay quienes llegan a una conclusión también bastante lógica en cuanto a su nombre: Natanael sería el nombre personal (Jn 1,45-50; 21, 2) y Bartolomé el apellido o sobrenombre, como ocurre con Simón «Bar-Jona». Bajo dos nombres diferentes es siempre el mismo hombre, el mismo discípulo, el mismo apóstol.
Este Apóstol aparece en el relato en el que Felipe le comunica que había encontrado a «ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). Como sabemos, el celebrado Apóstol del día de hoy le manifestó un prejuicio fuerte con una pregunta: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). Esta especie de contestación es, en cierto modo, importante para nosotros. Este relato nos permite ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podía provenir de una aldea tan oscura como era precisamente Nazaret (cf. Jn 7,42). Dios, en su infinita liberalidad, sorprende siempre nuestras expectativas manifestándose precisamente allí donde no nos lo esperaríamos, como en un Apóstol del que, como dije al inicio, nada o casi nada sabemos. Felipe, en su réplica, dirige a Bartolomé una invitación significativa que debe llegar hasta nosotros si queremos conocer de veras al Señor: «Ven y lo verás» (Jn 1, 46). Eso es lo que celebramos precisamente en las fiestas de los Apóstoles, su existencia, su encuentro con Cristo, su misión y su martirio, aunque en concreto sepamos tan poco de su vida como en el caso de San Bartolomé.
La fe de todo discípulo–misionero nace así como la de Natanael–Bartolomé, de un encuentro personal con Jesús, y ese encuentro se da a través de encuentros personales, de tú a tú, con testigos de la fe, como le sucedió a él con Felipe: «Ven y verás» (Jn 1,46). Así ha sido desde los comienzos, cuando los Apóstoles fueron encontrándose con Jesús y descubrieron en él algo muy especial. Así fue con Bartolomé, este Apóstol a quien identificamos con el Natanael del Evangelio, así ha sido a lo largo de la historia de la Iglesia, en la que el testimonio de los primeros testigos de la Resurrección se ha ido transmitiendo hasta llegar a nosotros. En la vida de cualquier cristiano se da siempre esta primera etapa de búsqueda. Habrá sido la madre, o la abuela, o un sacerdote, una catequista, un amigo, o esa miarada, para mí inolvidable de la beata María Inés cuando yo era un muchacho. De un modo u otro Jesús —en quien siempre hay algo especial que hace creer en él como enviado de Dios, como su Hijo y Salvador— se hace encontradizo para decirnos que «él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Y en algún momento todo cristiano se ha sabido invitado a seguirle y a hacer, como dice María su Madre, «lo que él nos diga» (Jn 2,5). Así se da el primer encuentro, y los siguientes... y los de toda la vida. El Señor va tocando el corazón, el tuyo, el mío y el de todo zquel que, convirtiéndose, alentando su fe y su esperanza se ha animado a seguirle. Al rato, después de comer Dios mediante, emprendo el viaje de regreso a mi tierra linda y querida, haciendo una obligada escala para cambiar de avión en Madrid. Así será si Dios no dispone otra cosa. ¡Bendecido viernes y se acaba una semana laboral más y la primera de clases en la escuela para muchos!
Padre Alfredo.
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