Llegamos ya al final de agosto, el octavo mes del año en el calendario gregoriano al que se le puso este nombre en honor del emperador romano Octavio Augusto y me viene a la mente el dicho que en español tenemos: «Hacer su agosto». Esta típica expresión, utilizada comúnmente para referirnos al hecho de que alguien ha realizado un negocio rápida y fácilmente obteniendo unos pingües beneficios e incluso usada también para señalar a aquellos que lo hacen sin costarle un gran esfuerzo o de forma algo dudosa, viene de muy antiguo, porque el verano ha sido siempre el momento idóneo para realizar la cosecha de la mayoría de los cereales sembrados y el posterior almacenaje del grano tras el trillado, siendo el mes de agosto el de mayor actividad para la agricultura en este campo. Una buena cosecha era sinónimo de abundante materia prima, de buenas ganancias y de dinero para el resto del año en los que la actividad agrícola descendía a causa de las bajas temperaturas. Los «temporeros», cosechadores que eran llamados así, trabajaban duramente a lo largo del verano acudiendo a las diferentes vendimias y recolecciones y sacaban suficiente dinero para el resto del año. Con el tiempo la expresión «hacer su agosto» se convirtió en sinónimo de buen negocio y ganancias abundantes de casi cualquier actividad, sin importar en qué época del año se lleve a cabo y de qué modo.
Una clara referencia escrita del uso de este dicho aparece en la obra de Miguel de Cervantes llamada «La gitanilla»: «Y así granizaron sobre ella (sobre Preciosa) cuartos, que la vieja no se daba manos a cogerlos. Hecho, pues, su agosto y su vendimia, repicó Preciosa sus sonajas». Yo, a la luz de esta expresión, pienso ahora en estos 31 días del mes que hemos terminado y analizo en oración cuál ha sido mi ganancia y a través de mí, la ganancia de los demás. Si es que ha habido ganancia o estoy en números rojos. El pasaje que leemos en la liturgia de este día como primera lectura (1Co 1, 17-25) me ayuda a hacer mi análisis. San Pablo contrapone las pretensiones de las sabidurías humanas al designio de la sabiduría de Dios y deja al descubierto la incapacidad de estas para expresar la vivencia y el crecimiento de la fe. Pablo habla de un lenguaje muy necesario para «hacer el agosto». Dice que el lenguaje de la cruz es una locura para la sabiduría de los hombres; pero ese, no obstante, es el único que puede llevar a la fe y, por tanto, a la salvación» (cf 1 Cor 1,18). La desgracia del hombre, educado ahora en una civilización cada vez más pragmática y llena de conceptos de la que difícilmente puede desprenderse, hace que no sepa ya de qué se trata cuando se le dice que dispone de otras facultades distintas para vivir y que no solamente lo material importa. El hombre de hoy saca solamente ganancias en lo material y ha prácticamente esterilizado en sí una parte de la capacidad de amor, de confianza y su apertura a la trascendencia con la que puede ganar... ¡y mucho! El mensaje de Pablo tiene más que nunca su sentido en este siglo XX de ateísmo y de ataque a la Iglesia sin respetar la figura del Papa ni la de nadie, en el que el cristiano habrá que poner a contribución un equilibrio personal bastante sólido y desarrollar en sí unas facultades a primera vista menos racionales —locas, diría el apóstol— que no por eso dejan de ser las mejores actitudes humanas, dilatantes y equilibrantes, para «hacer su agosto».
Jesús, en el Evangelio de hoy (Mt 25,1-13) nos da la clave para «hacer nuestro agosto». Las 10 jóvenes que aparecen en el relato tenían que haber estado preparadas y despiertas cuando llegó el novio. La llegada de éste será imprevista. Nadie sabe el día ni la hora. Israel —al menos sus dirigentes— no supieron «hacer su agosto» para tener el aceite listo y las lámparas encendidas, desperdiciaron, así, la gran ocasión de la venida del Novio, Jesús, el Enviado de Dios, el que inauguraba el Reino y su banquete festivo. ¿Hice yo e hicimos todos nuestro agosto? ¿He acrecentado en este mes mi dotación de aceite de fe, de amor y de buenas obras? De esta manera, yo siento este día de agosto como un grito de alerta en medio de la noche que estamos viviendo en el mundo actual, un llamado a la preparación constante, a la atención continua, porque el Esposo llegará de un modo repentino. ¡Ay de los que no hayan hagan su agosto! Por tanto, es necesario estar vigilantes y con las lámparas encendidas, con una provisión suficiente de aceite para salir al encuentro del Esposo y acompañarlo a su casa para celebrar con él el banquete de bodas. Que María Santísima a quien en este mes la hemos visto rodeada de Ángeles (el día 2) y llevada al cielo (el 15) nos ayude, porque ella, la Madre de Dios y Madre nuestra, si ha sabido «hacer su agosto». ¡Feliz viernes último día del mes!
Padre Alfredo.