Voy a la Carta a los Hebreos en la primera lectura para la Misa de mañana (Hb 2,5-12) y me encuentro en una página de Internet con este comentario que leo, resumo y comparto. Esta Carta a los Hebreos, que comenzamos a leer en la Misa de ayer, nos centra en la persona de Jesús, en el que contemplamos al hombre cabal, al hombre tal como el Padre Misericordioso le soñó el primer día, cuando amasaba el barro amorosamente para modelarlo. Un hombre que pertenece a nuestra historia y a nuestra raza ha sido substraído a las fuerzas que despojan al hombre de su propia existencia: el egoísmo, la injusticia, la desesperanza, el fatalismo, la indiferencia. Es posible ser plenamente humanos porque en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre hay alguien que vivió, mientras estuvo en la tierra, en plena posesión de lo que hace que sea posible el hombre: el amor, la participación, la alegría, la apertura, la libertad, la inventiva, el aliento, el renacer...
Este último párrafo lo escribo ya arriba del avión y vuelvo a la persona de Jesús, que es el hombre cabal y perfecto, el nuevo Adán, como decía de él san Pablo. Por haberse roto en él el circulo infernal de nuestras alienaciones con la perfecta expansión de nuestras capacidades, podemos nosotros creer en el hombre. «Jesús es el primogénito de una multitud de hermanos». Habiendo compartido toda la aventura humana, él es, «por la gracia de Dios, la salvación de todos». Ver a Jesús desde esta perspectiva, nos hace ver que la tierra que habitamos, no es país de destierro, sino el lugar en que, en un alumbramiento que dura todavía, se inaugura el triunfo del proyecto de Dios. ¡Que María nos acompañe!
Padre Alfredo.
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