Nuestra experiencia de fe, que si vamos por buen camino va siempre madurando, nos hace ver que nunca ha sido fácil vivir un alto ideal, como es alcanzar el cielo y, como dice la beata María Inés Teresa, «ganar almas para el cielo». Pero hoy la Carta a los Hebreos, en la primera lectura de la Misa nos alienta. El autor de la misma nos dice: No pierdan ahora su confianza que lleva consigo una gran recompensa. Necesitan paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido. Confianza, paciencia: son exhortaciones habituales en las cartas paulinas y en los demás escritos del Nuevo Testamento, por eso hoy reflexiono y les invito a reflexionar conmigo en estas dos cosas: la paciencia y la confianza.
La paciencia, ciertamente, en un hombre y en una mujer de fe, es consecuencia de la confianza en Dios. Tener paciencia es llevar de una manera digna, con buen ánimo, los males presentes, sin caer en la tristeza, un sentimiento que nos priva de la claridad mental para ver las cosas como son. Tener paciencia es aceptar un aspecto muy importante de los planes de Dios: la temporalidad. Vivimos en el tiempo, y eso quiere decir, entre otras cosas, que lo que esperamos tarda llegar, que las personas tarden en cambiar, que los sufrimientos duran, como también duran las situaciones agradables. Nuestra paciencia debe fundamentarse en la certeza de que nuestro Padre Dios es Sabiduría y Amor; por tanto, todo lo dispone, incluso los sufrimientos y contrariedades, para nuestro bien. Se trata de confiar plenamente en Él: el plan que ha previsto para nosotros es el que más nos conviene.
Esta confianza hace que, ante las contrariedades de la vida, no adoptemos una actitud de mera resignación, sino que veamos en ellas una oportunidad para enamorarnos más de Dios y cooperar con Él en la salvación de todos. Unos conocidos versos de santa Teresa, que cita el Catecismo, nos señalan la clave de la paciencia cuando confiamos en el Señor: «Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta». Pidamos al Señor que nos conceda paciencia y confianza apoyados en el ejemplo maravilloso que la santísima Virgen María nos ofrece como testimonio de esto. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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