La aparición de esta fiesta al principio del siglo IV coincidió aproximadamente con la institución de la Navidad en Roma. Durante este siglo tuvo lugar un proceso de imitación recíproca de ambas iglesias. Mientras que las iglesias occidentales adoptaban la fiesta de la Epifanía, las orientales, con algunas excepciones, no tardaron mucho en introducir la fiesta de Navidad. Como resultado de esta nivelación, ya en el siglo IV o V la Iglesia de occidente y la de oriente celebraban estas dos grandes fiestas en el tiempo de navidad. En muchas partes de occidente, como el caso de México, desde donde escribo, esta fiesta se traslada al domingo más próximo al día 6 que es la fecha institucional.
La celebración de la Epifanía, amplía nuestro campo de visión contemplando la figura de los Reyes Magos (Mt 2,1-12). Dios deja de manifestarse sólo a una raza, a un pueblo privilegiado, y se da a conocer a todo el mundo. La buena nueva de la salvación es comunicada a todos los hombres. En la segunda lectura de la misa (Ef 3,2-6) se habla de este misterio, oculto desde generaciones pasadas, pero revelado ahora a través del Espíritu, «que los paganos comparten ahora la misma herencia, que forman parte del mismo cuerpo y que se les ha hecho la misma promesa, en Cristo Jesús, a través del evangelio». Con María y José damos gracias a Cristo por haberse manifestado al mundo y con los magos de oriente nos acercamos a adorarle. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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