Este Evangelio aclara la cuestión y dice que el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón. Y es bueno recordar que ese pecado consiste en atribuir al diablo lo que es precisamente acción del Espíritu. Jesús libera al ser humano del poder del demonio, y para él eso es el signo privilegiado de la acción de Dios, por el que Dios nos revela su presencia. Atribuir esta acción de Dios al diablo es convertir lo más sagrado en algo demoníaco: una auténtica blasfemia contra lo más sagrado, una calumnia contra el Espíritu de Dios. Eso es lo que con claridad y sencillez quiere mostrarnos este texto evangélico.
¿Por qué declaró el Señor a la blasfemia contra el Espíritu Santo un pecado imperdonable? Hay una razón muy sencilla. El perdón de Dios se recibe cuando una persona sensible a la iluminación del Espíritu Santo reconoce su pecado y maldad y se arrepiente de ellos, confesándolos a Dios. Quien blasfema contra la tercera persona de la Trinidad resiste testarudamente su convicción contrario a luz ya recibida. Por eso no se arrepiente ni recibe perdón de Dios. Mientras alguien se resista a la convicción del Espíritu no puede haber perdón. La advertencia es que se puede llegar a resistirlo en forma tan obstinada y decidida que se cae en un estado de perpetuo rechazo de la acción de Dios que es capaz de perdonar todo, cuando hay arrepentimiento. Que María santísima, la llena del Espíritu Santo nos acompañe para nunca llegar a esa aberración. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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