Me encanta, entre otras cosas, sumergirme en la profundidad de la persona de Jesús cada día y a través de una rápida imagen orientar el camino que dilata mi pequeño pensamiento para compartirlo, porque replegarse en sí mismo es impensable para Jesús. Hoy he podido profundizar mucho en Cristo y el llamado a seguirle gracias a una deliciosa plática que entablé con mi muy apreciado y admirado padre Abundio, ese fantástico ángel de la guarda que, con su larguísima y rica experiencia sacerdotal, ilumina mi caminito para seguir a Cristo con perseverancia y fidelidad. Cada cosa que sucede en mi vida, cada persona que encuentro, cada lectura que hago, cada proyecto que emprendo, me da la oportunidad de hablar de Dios para darlo a los demás. El egoísmo, incluso el por así decirlo espiritual, que consistiría en «cuidar de la propia almita», no va conmigo. Creo firmemente que toda vida cristiana que se repliega en sí misma en lugar de irradiar, no es la querida por Jesús. Pienso en este momento en todas las almas que en estos tres días aquí, me ha permitido encontrar.
Ahora, contemplando el Evangelio de hoy (Mc 4,21-25), veo que creer en Cristo es aceptar en nosotros su luz y a la vez comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a una humanidad que anda casi siempre a oscuras. Pero me pregunto: ¿somos en verdad luz? ¿iluminamos, comunicamos fe y esperanza a los que nos están cerca? ¿somos signos y sacramentos del Reino en nuestra familia o comunidad? ¿o somos opacos, «malos conductores» de la luz y de la alegría de Cristo? La celebración del bautismo y su renovación en la Vigilia Pascual, la Eucaristía dominical, la Misa diaria y otros momentos, constituyen un hermoso símbolo de la luz que se nos comunica a nosotros y que se espera que luego se difunda a través nuestro a los demás. Recurramos a María santísima, Nuestra Señora de la Luz, para que interceda por nosotros y la luz de Cristo no se nos apague nunca... yo, por mi parte, espero mi vuelo confiando en que pueda ser aunque sea una pequeña chispita para los demás. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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