Todo esto me da ocasión de reflexionar un poco en torno a mi sacerdocio ministerial repasando de una manera rápida tantos hechos que a lo largo de mis casi 34 años de vida sacerdotal he vivido. Siempre digo que si volvería a tener que elegir una vocación, seguro experimentaría de nueva cuenta el llamado y respondería con alegría, como lo hice cuando recién había llegado a la mayoría de edad con mis 18 años de vida. La alegría de la vocación sacerdotal que Dios me concede vivir, es el gran don de Dios que he de desarrollar siempre con esperanza e ilusión. Cada día pido al Señor que se me note esa alegría en una sonrisa que acompañe el servicio que me toca hacer y que llene de esperanza a quienes están cerca de mí.
Este fragmento de la Carta a los Hebreos me hace pensar en las cualidades esenciales del sacerdote: ser comprensivo, delicado, abierto, acogedor y bueno, especialmente con los más alejados, los descartados, los más necesitados. Y el autor de la Carta se atreve a afirmar que todo sacerdote tendrá esas cualidades si él sabe que también él está «envuelto en flaqueza». Sabe lo que es ser pecador, porque ¡él mismo es un pecador! Escuchando las confidencias de los que pecan, se reconoce a sí mismo y es así «capaz de comprenderlos». Les invito, al reflexionar con ustedes, que no dejen de orar por nosotros, sus sacerdotes, para que, de la mano de María, Madre de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote seamos fieles y mostremos la alegría de nuestra vocación. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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