A los 24 años consiguió un puesto como ayudante del arzobispo de Inglaterra —el de Canterbury— quien vio en Tomás cualidades excepcionales para el trabajo. Lo ordenó de diácono y lo encargó de la administración de los bienes del arzobispado. Lo envió varias veces a Roma a tratar asuntos de mucha importancia. Tomás como buen diplomático, había obtenido que el Papa Eugenio Tercero se hiciera muy amigo del rey de Inglaterra, Enrique II, y éste en acción de gracias por tan gran favor, nombró a Tomás —cuando sólo tenía 36 años— como Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores. El rey Enrique II lo propuso para arzobispo, pero él no quería aceptar. Fue un cardenal de mucha confianza del Sumo Pontífice Alejandro III que lo convenció de que aceptara. Cuando el rey empezó a insistirle en que aceptara el oficio de arzobispo, Santo Tomás le hizo una profecía o un anuncio que se cumplió a la letra. Le dijo: «Si acepto ser arzobispo me sucederá que el rey que hasta ahora es mi gran amigo, se convertirá en mi gran enemigo». Algunos que envidiaban su condición, empezaron a calumniar al arzobispo en presencia del rey, quien, en un estallido de cólera exclamó: «No podrá haber más paz en mi reino mientras viva Becket. ¿Será que no hay nadie que sea capaz de suprimir a este clérigo que me quiere hacer la vida imposible?».
Al oír semejante exclamación de labios del mandatario, a pesar de que sabía todo el bien que Tomás hacía y lo recto que era en su tarea episcopal, cuatro sicarios se fueron donde el santo arzobispo resueltos a darle muerte. Estaba él orando junto al altar cuando llegaron los asesinos. Era el 29 de diciembre de 1170. No opuso resistencia. Murió diciendo: «Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia Católica». Tenía apenas 52 años. El Papa Alejandro III lanzó excomunión contra el rey Enrique, el cual profundamente arrepentido hizo penitencia durante dos años, para obtener la reconciliación en 1172. Pidamos a María santísima, rectitud de intención en nuestras vidas y en nuestros compromisos seguros que, como en el caso de santo Tomás Becket, el premio será grande en los cielos. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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