En el evangelio, Dios interviene preparando el nacimiento del precursor del Mesías. También en este caso los padres son estériles: así se ve siempre más claro que es Dios el protagonista de nuestra historia de salvación. El hijo de Zacarías e Isabel se llamará Juan, llenará de alegría a todos, también estará consagrado a Dios, estará lleno del Espíritu y convertirá a muchos israelitas al Señor. Será el precursor de Jesús. En el anuncio del ángel se describe muy bien esta misión: «irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto».
Todo esto sintoniza muy bien con la antífona «O» de este día que dice: «Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos; ante quien los reyes enmudecen, y cuyo auxilio imploran las naciones: ven a librarnos, no tardes más». Esta antífona, que habla de Jesús como «un signo para los pueblos», nos hace ver que es Dios quien salva, también hoy. No debemos fiarnos de nuestras propias fuerzas: ni de las físicas como las de Sansón ni de las intelectuales o espirituales, si creemos tenerlas. Cuando Sansón se independizó de Dios perdió su fuerza. Por su parte, Juan el Bautista nunca se creyó el Salvador, sino sólo la voz que proclamaba cercano y presente a ese «Renuevo del tronco de Jesé que es Jesús. Que con María y José, a la luz de todo esto, nuestra actitud en vísperas de la celebración navideña sea la de una humilde confianza en el Señor. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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