«Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona.» (Bula, Misericordiae Vultus, n. 3).
En el contexto del Adviento, la celebración de la Inmaculada nos centra más en la verdadera esperanza. Lo que María es —llena de gracia— está llamada a serlo toda la Iglesia. Por ello, la Inmaculada es signo de esperanza. Y no esperamos algo utópico. Lo que esperamos es ya realidad en María. Con ella se ha inaugurada la humanidad nueva. Mirando a la Virgen María, estrella de nuestro Adviento, pidámosle a ella que nos ayude a vivir en nosotros una apertura y disponibilidad del corazón ara acoger en nuestra vida a su Hijo Jesús. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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