La antífona de hoy reza así: «Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia: ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte». La historia nos señala que muchos pueblos primitivos adoraban al sol, como padre de vida y fuente de energía. Muchos romanos, no tan primitivos, celebraban a finales de diciembre, cuando los días empiezan a ser más largos, el nacimiento del sol invicto, siempre triunfador del frío y las tinieblas. Nosotros mismos admiramos la fuerza y la belleza del sol, que tanto se necesita. Pero, a pesar de este sol espléndido, a pesar de toda nuestra iluminación artificial y de nuestras cómodas calefacciones, el mundo sigue en tinieblas y el mundo muere de frío porque necesita al «Sol que nace de lo Alto» que es Jesucristo, a quien el Evangelio de hoy (Lc 1,39-45) nos lo presenta como fruto bendito del vientre de María.
¡Cuánta necesidad tiene el mundo de hoy de este fruto bendito del vientre de María que es el «Sol que nace de lo Alto»! Nos invaden en nuestro mundo las tinieblas del odio, de la insolidaridad, de la división. Nos enfrían cada vez más los vientos helados de la violencia y el resentimiento. Se dice que el sol proporciona muchas vitaminas y hablando de este «Sol que nace de lo Alto», necesitamos que venga a hacernos fuertes y a levantar el debilitamiento anímico, por falta de esta vitamina. Preparemos muy bien nuestros corazones para recibir todo lo que Jesús trae consigo y nos quiere otorgar. Todo lo que nos puede fortalecer, todo lo que puede iluminar las tinieblas que nos envuelven. Con María y José caminemos hacia la luz de la Navidad. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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