Fue el superior del convento de San Agustín de Acolman, Fray Diego de Soria, quien obtuvo del Papa Sixto V en 1587, el permiso que autorizaba en la Nueva España la celebración de esas «Misas de aguinaldo» Para hacerlas más atractivas y amenas, se les agregaron luces de bengala, cohetes y villancicos y posteriormente, las piñatas. Estas fiestas, que son un novenario para celebrar la Navidad, se establecieron, a su vez, para recordar el peregrinaje de María y José desde su salida de Nazaret hasta Belén, donde buscan un lugar para alojarse y esperar el nacimiento del niño Jesús. Por eso es costumbre de vestir a un niño de san José y a una niña de María para ir pidiendo la posada.
Influencias extrañas a nuestra cultura y a nuestra fe, han ido adulterando, o al menos diluyendo la vivencia de las mismas. Una muestra de esto son las llamadas también «posadas», fiestas paganas que se han convertido en bulliciosas fiestas donde el gran ausente es Jesús. En estas fiestas no están presentes los tradicionales peregrinos, han enmudecido los cantos y ya no arden las multicolores velitas. En estas «posadas», el abundante alcohol ha venido a suplir el tradicional ponche de granada, de tamarindo, de jamaica etc. Esto ha hecho que hoy por hoy poca gente, de manera especial las nuevas generaciones, sepan en realidad qué es una posada y cómo celebrarla. Por eso, en nuestras parroquias, las estamos reviviendo. ¡Bendecido viernes y a pedir posada!
Padre Alfredo.
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