Entre toda mi actividad en estas últimas horas, destaca el momento maravilloso que vivimos esta tarde el Señor Arzobispo Don Rogelio Cabrera, la madre Georgina Machado, la hermana Silvia Burnes, la señora Sylvia Gómez Elizondo y un servidor, como presentadores del libro que lleva por título «JESUCRISTO» y que escribió hace muchos años la venerable sierva de Dios Gloria María Elizondo, de cuya causa de canonización ustedes saben que soy indignamente el vicepostulador. Este libro, que en vida de la venerable llegó a 90,000 ejemplares en cuatro ediciones, cayó, como muchas obras de profunda y vivida teología en el olvido, pero por gracia de Dios, se ha presentado una nueva edición conservando íntegra la doctrina en la que la madre Gloria María nos acerca a la figura de nuestro Salvador y nos ayuda a crecer en el amor de Dios. Luego vino la Misa de la Inmaculada, presidida por el Señor Arzobispo y la cena para celebrar esta bendición... en fin, el día se acabó pronto. ¡Gracias, padre Hugo por ser tan buen anfitrión y moderador en la parroquia de Nuestra Señora Reina de los Ángeles!
Ahora, luego de tanta palabra, me topo de frente con san Juan Diego, digo que me topo con él porque todos los días 9 de diciembre se celebra a este santo sencillo y dichoso a quien se le apareció la Reina del Cielo vestida de Guadalupana. Juan Diego nació alrededor de 1474 en Cuautitlán, un rinconcito de México a donde llegaron los primeros misioneros que le inyectaron, como a otros más la fe católica. Su causa de canonización, por muy diversos motivos, debió esperar muchos años, pues su canonización se celebró el 31 de julio de 2002. ¡Le pasó como al libro de la madre Gloria! Yo creo que la vida va tan de prisa, que a veces olvidamos o echamos en el cajón de los recuerdos cosas que son muy importantes pero que son rebasadas por otras nuevas que llegan. Pero lo que es de Dios, lo que le pertenece, lo que sale de Él, siempre resalta, en un momento o en otro. Bien dice el Evangelio de hoy (Mt ,6-9), en este camino del Adviento: «La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras». Bueno, pues llega la media noche y este padrecito se va a dormir, a reparar fuerzas para seguir el día de mañana en los negocios del Señor que a nadie nos deja de su mano. Que María Santísima nos siga acompañando... ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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