Para el hombre y la mujer de fe, el frío exterior no apaña el calor que siente el corazón ante inminente llegada de nuestro Redentor. Pobres y ricos, jóvenes y ancianos, niños y adultos preparamos nuestro interior para celebrar este gran acontecimiento pidiendo que el Niño Dios nazca en nuestro ser. La última de las antífonas de la «O» nos ayuda a mantenernos en este ambiente de espera: «Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ¡ven a salvarnos, Señor Dios nuestro!». Necesitamos que venga Dios a nosotros y que se quede con nosotros. Necesitamos que se ponga a nuestro alcance, que recorra nuestros caminos y conduzca nuestros pasos. Necesitamos que sienta como nosotros, que conozca nuestras debilidades y nos transmita la fuerza para superarlas. Necesitamos que se haga cercano y amigo, dispuesto a cargar con nuestros fardos y capacitado para curar nuestras heridas. Necesitamos que nos enseñe palabras de vida, que hable al corazón, Legislador que meta su ley en el pecho, promotor de la nueva cultura, la civilización del amor, el reino de la verdad.
La liturgia de la Misa del día de hoy —Mal 3,1-4.23-24; Sal. 24; Lc 1,57-66— dirige nuestras miradas hacia la figura de Juan el Bautista en su nacimiento. Él, el precursor del Mesías nos abre el camino para dejarnos alcanzar por el amor de Dios Padre que envía a su Hijo. Tanto Isabel como Zacarías están de acuerdo en una cosa: la esperanza de Israel no se ha perdido, la utopía es posible. El niño presagia que las expectativas no son inútiles: Dios se ha acordado de su pueblo y envía a un mensajero que prepara el camino para la irrupción del tiempo definitivo. Dejemos que resuene la voz de Juan, en este Adviento que nos invita a la vigilancia, a no vivir dormidos, aletargados, sino con la mirada puesta en el futuro de Dios y el oído presto a escuchar la palabra de Dios. Cada Adviento es ponerse en marcha al encuentro del Dios que siempre viene y ya vamos llegando al final de este tiempo litúrgico para abrir paso a la Navidad. Contemplando a María, ya casi para dar a luz a Jesús, caminemos hacia la dicha de la Navidad. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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