Hoy la celebramos, y el Evangelio (Lc 1,39-48) nos remite a la escena en la que la santísima Virgen se encamina «presurosa» a visitar y ayudar a su parienta Isabel, que, entrada en años, lleva, como Ella, un niño en sus entrañas. Con la misma premura, muchos, muchos años después, se encamina «presurosa», de nueva cuenta, a evangelizar a nuestra gente afirmando que Ella es la Madre del verdadero Dios por quien se vive. Se apareció a san Juan Diego, se autoproclamó Madre y Reina de todos los mexicanos, y puso su morada en nuestra tierra. Ya todos, creo yo, conocemos la historia.
De esta manera, podemos recordar el día de hoy, con inmensa gratitud, a qué vino santa María de Guadalupe a nuestras tierras de México y América. Es que Ella, siempre «presurosa», quiere manifestar su amor, su ternura, su consuelo y su auxilio a quienes desean conocer a su Hijo, a quienes quieren ser fieles discípulos–misioneros de su Hijo Jesucristo y corresponder a su vocación. También viene «presurosa» a alentar a quienes se encuentran agobiados, atribulados, desamparados, sin esperanza... Vivimos tiempos difíciles, no lo podemos negar, y no podemos quedarnos de brazos cruzados, siendo meros espectadores. Estamos llamados a encaminarnos presurosos a ejemplo de ella, para ser constructores de la sociedad que desea Nuestro Padre común, buscando edificar la civilización del amor. Por algo será que san Juan Pablo II, siempre presuroso como María, durante su cuarto viaje a México, promulgó, aquel 23 de enero de 1999, el día de la Virgen de Guadalupe como fiesta en toda América. ¡Qué dicha tener una Madre tan dulce y cariñosa, y una Reina tan poderosa! Ella es la Madre de Dios y la Madre nuestra. No olvidemos que estamos bajo su cuidado. Con Ella esperemos a Jesús que ya se acerca. ¡Bendecido lunes bajo la mirada dulce de santa María de Guadalupe!
Padre Alfredo.
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