Quiero aprovechar para meditar en los nombres de la familia del Precursor —Juan el Bautista— que hacen todo un programa de la presencia de Dios en nuestras vidas: Isabel significa «Dios juró», Zacarías, «Dios se ha acordado», y Juan, «Dios hace misericordia». En este canto del Benedictus —que la Iglesia entona cada mañana en el rezo de Laudes— cantamos o proclamamos que todo lo anunciado por los profetas se ha cumplido «en la casa de David, su siervo», con la llegada de Jesús. Que Dios, acordándose de sus promesas y su alianza, «ha visitado y redimido a su pueblo». Que Él nos libera de nuestros enemigos y de todo temor, y que por su entrañable misericordia «nos visitará el sol que nace de lo alto».
A la luz de este cántico evangélico nos adentramos en el día y la noche del año en que más desahogamos nuestra ternura. Las familias se reúnen, los recuerdos nos unen a los que tenemos más lejos... Hoy sacamos al niño que todos llevamos dentro y le dejamos manifestarse, dar y recibir ternura y amor, sin miedos, sin la inhibición con que habitualmente lo reprimimos. Hoy, en lo más central de la Navidad, está permitido ser niño y despedir temporalmente a nuestro adulto. Demos rienda suelta al corazón y experimentemos, aunque sea brevemente, cómo sería un mundo lleno de ternura. Navidad no deja de ser una fiesta que nos llena de esperanza. Con María y José, recibamos a Jesús. ¡Bendecido sábado en el que cae la Noche Buena!
P. Alfredo.
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