Como cada año, ayer empecé un ciclo nuevo de reflexiones. Ya saben, a veces —como este año pasado— escribo exclusivamente del Evangelio del día, otras años he hecho mi reflexión sobre los salmos, los santos, las lecturas de la Misa de cada día y en algunas otras ocasiones sobre acontecimientos que vivo. Creo que este año haré una mezcla, pues ya le he dado vueltas a la vida litúrgico en los tres ciclos dominicales que la componen y en los dos ciclos de entre semana. Tal vez algún día comparta algo de un santo o de alguna vivencia, del salmo responsorial de la Misa o algo que me diga el Evangelio.
Hoy me detengo un poco a contemplar la primera lectura de la Misa (Is 4,2-6). Esta primera semana del Adviento estaremos viendo de cerca el libro del profeta Isaías, profeta de la esperanza en medio de una historia atormentada del pueblo de Israel, ocho siglos antes de Cristo, con la amenaza asiria. Sus pasajes constituyen anuncios de esperanza, de salvación, de un futuro más optimista para el resto de Israel, para los demás pueblos, e incluso para todo el cosmos. Para nosotros también tienen que ser una invitación a la esperanza en medio del caótico y acelerado mundo en que vivimos. Luz. Orientación. Paz. Buena perspectiva. Son anuncios que alimentan nuestra esperanza. Aprovechemos, de la mano e María, este tiempo de Adviento para renovar el corazón y dejar que Cristo, que viene a salvarnos, se sienta a sus anchas en nuestro corazón. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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