El acontecimiento que Jesús tiene a la vista —la destrucción de Jerusalén— nos da una clave para interpretar el pasaje que nos hace pensar también en el fin del mundo. Jesús dijo a los judíos: «Eso que contemplan llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido». Esto es un símbolo de la fragilidad, de la caducidad de las más hermosas obras humanas. La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y "no quedó piedra sobre piedra". Esto, como digo, nos hace humildes el ver qué caducas son las instituciones humanas en las que tendemos a depositar nuestra confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos de la belleza de su capital y de su templo. Pero estaba próximo su fin.
Pensar en este Templo, del que queda solamente una pared de sus cimientos, el llamado «Muro de las lamentaciones» y mirar hacia ese futuro, pensando en que todo en este mundo se acabará, no significa que nos agüemos la fiesta de esta vida, sino que se hace invitación para hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús, luego de hablar de la destrucción del Templo y del fin del mundo, es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? «Cuidado con que nadie los engañe: el final no vendrá en seguida», será tal vez, y seguramente, cuando menos lo pensemos. Que María santísima nos acompañe a vivir cada día en gracia, esperando, pero no con los brazos cruzados, la llegada de ese día en que el Señor vendrá a juzgar a vivos y muertos. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario