Me centro ahora en la figura de la viuda para meditar en que no importa la cantidad de lo que damos a Dios, sino el amor con que lo damos. A veces apreciamos más un regalo pequeño que nos hace una persona que uno más costoso que nos hacen otras, porque reconocemos la actitud con que se nos ha hecho. La buena mujer dio poco dinero al Señor, pero lo dio con humildad y amor. Y, además, dio todo lo que tenía, no lo que le sobraba. Mereció la alabanza de Jesús. Aunque no sepamos su nombre, su gesto está en el Evangelio y ha sido conocido por todas las generaciones.
Ante este testimonio de esa pobre mujer, me quedo con varias preguntas: ¿Qué damos nosotros a Dios: lo que nos sobra o lo que necesitamos? ¿lo damos con sencillez o con ostentación, gratuitamente o pasando factura? Y yendo más allá de la ofrenda de dinero hemos de preguntarnos también: ¿ponemos, por ejemplo, nuestras cualidades y talentos a disposición de la comunidad, del grupo, de la familia, de la sociedad, o nos reservamos por pereza o interés? No todos tienen grandes dones: pero es generoso el que da lo poco que tiene, no el que tiene mucho y da lo que le sobra. Que María santísima interceda por nosotros para que seamos generosos. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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