Cuando Jesús llegó a Jerusalén, se dio cuenta de la deshonestidad de los cambistas, del negocio que se había montado con la piedad israelita. Los mercaderes se aprovechaban de las demandas de animales puros para los sacrificios, elevando los precios de manera exorbitante o cambiando animales para quedarse con los mejores y darles a la gente los animales enfermos para ofrecerlos en sacrificio, sacando ellos provecho de los buenos vendiéndolos por fuera. Esta situación era totalmente contraria al propósito que tenía el Templo: estaba para servir de lugar de culto al Dios vivo, en cambio, se había convertido en lugar de explotación mercantil de la piedad popular. Tamaña contradicción encolerizó a Jesús que, en compañía de sus discípulos, emprendió la expulsión de los mercaderes.
La intervención de Jesús en el Templo es una llamada de atención a recolocar nuestra actitud religiosa en un plano de autenticidad y sinceridad. El espacio y el tiempo sagrado deben adquirir su verdadero sentido como forma de encuentro con Dios. Nosotros no comerciamos con la fe, sino que convocados por el Señor, que nos abre la puerta de su Casa y nos sienta a su mesa, reconocemos que Él es el centro de nuestras vidas. Él está dispuesto a purificarnos de todo pecado, pues para eso Él vino al mundo. Si realmente creemos en Él; si acudimos a su llamado, guiados no por la costumbre sino por la fe, hemos de dejarnos transformar por Él en criaturas nuevas, a pesar de que tengamos que renunciar a nosotros mismos. Dios quiere hacer su obra de salvación en nosotros para enviarnos, como testigos suyos, a proclamar su Nombre y a continuar construyendo su Reino en el mundo. Pidamos a María Santísima, su Madre, que nos acompañe en la vivencia del compromiso de nuestra fe que va mucho más allá de lo comercial. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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