Jesús dijo esta parábola «para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse». ¿Cómo es nuestra oración de petición hacia Dios? ¿Pedimos con fe? ¿Pedimos conscientes de que en su justicia Dios nos dará lo que conviene? Dios siempre escucha nuestra oración. Él quiere nuestro bien y nuestra salvación más que nosotros mismos. Nuestra oración es una respuesta, no es la primera palabra. Nuestra oración se encuentra con la voluntad de Dios, que deseaba lo mejor para nosotros.
En la oración nos sentimos como la viuda: carentes de toda protección y a merced de la voluntad de Dios. Sin embargo, Dios no es un juez sordo o injusto. Dios se nos muestra como un Padre misericordioso, resuelto a escuchar a sus hijos. Esta situación nos remite inmediatamente a la situación del suplicante, de la persona que eleva su clamor a Dios. Si esta persona carece de convicción, de la fe necesaria, de poco le sirve la oración. Pues, la oración es un agradecimiento por los bienes recibidos. Y si la persona, no considera anticipadamente que lo que pide ya lo ha recibido, se dirige a un Juez sordo, que no atiende su clamor. Fe y constancia, confianza y tenacidad, son las llaves que nos abren la posibilidad de un diálogo sincero con Dios y con los hermanos. Veamos a María la Madre de Jesús y Madre nuestra, que atenta, sabe siempre cómo pedir y nos remite a hacer lo que Jesús nos indique. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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