Este domingo, celebrando esta jornada, la Iglesia nos invita a fijar la mirada en Jesús, el cual «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Co 8,9). El mensaje de Jesús, su vida y sus obras, nos muestra el camino para discernir cuál es la pobreza que libera y cuál es la que esclaviza y roba vida. «Hay una pobreza que humilla y mata, y hay otra pobreza, la suya, que nos libera y nos hace felices». «La pobreza que mata es la miseria, hija de la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos», propia de la lógica del descarte. Sin embargo, la pobreza que libera es la que nos aligera el paso y nos muestra que la sencillez y la sobriedad generan vida y abundancia para quienes menos tienen. «El encuentro con los pobres permite (...) llegar a lo que realmente importa en la vida y que nadie nos puede robar: el amor verdadero y
Al ir llegando al final del año litúrgico y en el marco de esta jornada, somos invitados a revisar cuál es nuestro estilo de vida, si somos solidarios, si sabemos salir al encuentro del necesitado. Así lo expresa el papa en el Mensaje. Esto requiere que seamos comunidad de vida, bienes y acción. Estamos llamados a ser comunidad de vida y de bienes, en la que «el amor recíproco nos hace llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido», compartiendo lo que somos, lo que hacemos y lo que tenemos con los que necesitan de nuestra ayuda, de nuestra compañía, con los que no tienen nada, pero acogiendo, al mismo tiempo, lo que nos puedan aportar: su trabajo, su pensamiento, su forma de hacer y de entender la vida. «Frente a los pobres —dice el Papa Francisco— no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente». Con ayuda de María Santísima tal vez hoy podamos desprendernos de algo en efectivo y darlo en ayuda a algún pobre que el Señor ponga en nuestro camino y hacernos para él una bendición y presencia del amor de Dios que no abandona a nadie. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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