La curación del ciego está contada por san Lucas con detalles muy expresivos. Alguien le explica al ciego que el que está pasando es Jesús. Él grita una y otra vez su oración: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». La gente se acalora por esos gritos, pero Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. La gente no quiere ayudar al ciego, pero Jesús sí. El diálogo es breve: «Señor, que vea» ... «recobra tu vista, tu fe te ha curado». Y aquel buen hombre le sigue lleno de alegría, glorificando a Dios. Ciertamente que nosotros no podemos devolver la vista corporal a ningún ciego. Pero en esta escena podemos vernos reflejados de varias maneras. Ante todo, porque también nosotros recobramos la vista con los ojos de la fe cuando nos acercamos a Jesús, especialmente en el sacramento de la Reconciliación.
En esta época que nos ha tocado vivir, nosotros nos hallamos en una situación similar a la del ciego. Estamos atentos a los signos de la realidad, pero no la percibimos completamente, nos falta aumentar nuestra fe para ver con claridad. Muchas veces nos sentamos a la orilla de camino sin saber qué hacer, aunque nos reconocemos como seres humanos necesitados. La parábola, entonces nos muestra que necesitamos, muchas veces, como el ciego, ser curados por Jesús, recuperar nuestra visión de la realidad para poder seguirle. El Evangelio nos invita a que clamemos a Jesús para que Él nos ayude a ver la realidad y a seguir su camino. Pidamos a Dios, por intercesión de María santísima, que tengamos suficiente colirio del Señor —oración, escucha de la Palabra, recepción de la Eucaristía, sacramento de la Reconciliación, lectura espiritual...— para recuperar la vista y mirar con los ojos de la fe. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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