jueves, 17 de noviembre de 2022

«La paz que Cristo espera encontrar en nosotros»... Un pequeño pensamiento para hoy


Mañana viernes, Dios mediante, viajaré a Cuernavaca para estar en la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana y participar, este fin de semana, en la Asamblea Nacional de Van-Clar, así que inicio este escrito pidiendo sus oraciones para que este encuentro con el grupo de laicos de nuestra familia misionera traiga muchos frutos y los Vanclaristas —Vanguardias Clarisas— se sigan multiplicando y continúen haciendo realidad el sueño que la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento tuvo de que por medio de estos hermanos nuestros Cristo y su Madre Santísima lleguen a todos los ambientes en donde estos laicos comprometidos están presentes siendo, como quería Madre Inés, almas pacíficas y pacificadoras en un mundo sediento de la paz que Dios trae al corazón. ¡Nos encomendamos a sus oraciones!

Hoy jueves el Evangelio (Lc 19,41-44) toca el tema de la paz y textualmente dice en uno de los versículos estas palabras de Jesús: «¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz!»... El Señor dice estas palabras a Jerusalén porque Jerusalén está ciega: no ha «visto» los signos de Dios, no ha sabido reconocer la hora excepcional que se le ofrecía en Jesucristo. Jerusalén crucificará a aquél que le aportaba la paz. La condena de Jerusalén, como la condena de las ciudades del lago, más que un anuncio es la constatación de que toda sociedad construida al margen de la Palabra de Dios y que rechaza a sus enviados ya está en vías de su destrucción. El ofrecimiento de la paz, suma de todos los bienes para realizar la propia existencia en dignidad puede ser libremente aceptada o libremente rechazada. Pero de su aceptación o rechazo depende la posibilidad o no de la vida en plenitud.

Jerusalén, la ciudad santa no logra «conocer el camino que conduce a la paz», está ciega. Como ciudad y como ciudad capital se ha convertido en el centro de la explotación económica de la población, siguiendo un camino que en vez de acercar aleja la paz. La ciudad será destruida, por no haber querido reconocer en la venida de Jesús la ocasión para cambiar y convertirse en constructora de verdadera paz, siguiendo el llamado de Jesús. Hoy quizás también nosotros podemos preguntarnos si Jesús no lloraría con indignación profética al ver «nuestra ciudad»: nuestro mundo actual y también nuestra Iglesia. Tampoco hoy, como sociedad, somos capaces de conocer lo que nos traería la paz y no sabemos discernir el kairós de Dios. Falta mucho por hacer para alcanzar la paz que Cristo promete. Bajo la mirada de María, hay que ponernos manos a la obra. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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