Hoy jueves el Evangelio (Lc 19,41-44) toca el tema de la paz y textualmente dice en uno de los versículos estas palabras de Jesús: «¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz!»... El Señor dice estas palabras a Jerusalén porque Jerusalén está ciega: no ha «visto» los signos de Dios, no ha sabido reconocer la hora excepcional que se le ofrecía en Jesucristo. Jerusalén crucificará a aquél que le aportaba la paz. La condena de Jerusalén, como la condena de las ciudades del lago, más que un anuncio es la constatación de que toda sociedad construida al margen de la Palabra de Dios y que rechaza a sus enviados ya está en vías de su destrucción. El ofrecimiento de la paz, suma de todos los bienes para realizar la propia existencia en dignidad puede ser libremente aceptada o libremente rechazada. Pero de su aceptación o rechazo depende la posibilidad o no de la vida en plenitud.
Jerusalén, la ciudad santa no logra «conocer el camino que conduce a la paz», está ciega. Como ciudad y como ciudad capital se ha convertido en el centro de la explotación económica de la población, siguiendo un camino que en vez de acercar aleja la paz. La ciudad será destruida, por no haber querido reconocer en la venida de Jesús la ocasión para cambiar y convertirse en constructora de verdadera paz, siguiendo el llamado de Jesús. Hoy quizás también nosotros podemos preguntarnos si Jesús no lloraría con indignación profética al ver «nuestra ciudad»: nuestro mundo actual y también nuestra Iglesia. Tampoco hoy, como sociedad, somos capaces de conocer lo que nos traería la paz y no sabemos discernir el kairós de Dios. Falta mucho por hacer para alcanzar la paz que Cristo promete. Bajo la mirada de María, hay que ponernos manos a la obra. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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