Sin ninguna encuesta científica, Jesús ya había observado en su época, ese mismo frenesí de «vivir», esa despreocupación bastante generalizada y hoy en el Evangelio (Lc 17,26-37) toca el tema y nos propone que descifremos tres hechos históricos que considera símbolos de todo «Fin»: El diluvio... la destrucción de Sodoma... la ruina de Jerusalén... En aquellos tiempos comían... bebían... se casaban... compraban... vendían... sembraban... construían... El diluvio sorprendió a la mayoría de las personas muy entretenidas en sus comidas y fiestas. El fuego que cayó sobre Sodoma encontró a sus habitantes muy ocupados en sus proyectos. No estaban preparados. Así sucederá al final de los tiempos. ¿Dónde? —una pregunta de curiosidad—: «donde está el cadáver se reunirán los buitres», o sea, en cualquier sitio donde estemos, allí será el encuentro definitivo con el juicio de Dios.
Mediante estas palabras que pronuncia Jesús, los discípulos–misioneros somos invitados a la vigilancia: a los vividores, a los que solamente viven al día y pasan de todo, a los que pueden llegar a creer que el hecho de rechazar a Jesús no tendrá consecuencias, les sucederá como a los contemporáneos de Noé y de Lot. La situación se convertirá en catastrófica para todos los que no han hecho la opción por este Mesías rechazado y humillado. La llegada del Hijo del Hombre será tan imprevista como el fulgor del relámpago: nadie podrá preverla. Como en tiempos de Noé y de Lot, los cálculos y las cábalas de los fariseos son completamente inútiles. Jesús invita a no hacer caso de nadie y a estar preparados. Sólo la vigilancia tiene sentido. Que María Santísima, con su ejemplo de fe y de sencillez de vida, nos ayude a estar alertas. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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