Ciertamente que esto no significa que si escogemos a Dios ya no podamos disfrutar de los bienes de la tierra. De hecho, es al contrario: el que sirve a Dios, usa las cosas como medios, no como fines; y ese desprendimiento hace que saboree las cosas con libertad. En cambio, el que sirve al dinero y pone su corazón en las cosas materiales, pierde constantemente la paz y la alegría, porque nunca tiene bastante. Así que a la luz de este pasaje evangélico hemos de preguntarnos qué destino damos al dinero y que lugar le damos al mismo en nuestras vidas.
Alguien me platicaba que en su comunidad parroquial, que es bastante pobre porque va comenzando, varias familias, también de escasos recursos, se organizaron para terminar de edificar el templo parroquial y el salón de usos múltiples. Esta familia católica, junto con otras de esa misión parroquial, decidieron hacer una reducción de sus gastos para poder aportar un poquito más en la colecta dominical y en los bonos de cooperación. Ya sabemos que el dinero a la mayoría de nosotros no nos sobre, pero... ¿qué tan bien lo administramos en medio de una sociedad materialista que funda su sostén en el consumismo desmedido? Que la Virgen María nos ayude a hacer un buen examen y que, aunque a muchos no les guste tocar el tema, seamos conscientes de que el dinero no es para desperdiciarlo. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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