Acabamos de celebrar, en esta semana, la conmemoración de todos los fieles difuntos, y nos consta que no suele ser el pensar sobre la muerte un tema fácil, por las diversas opiniones que giran al respecto. Todos hemos vivido acontecimientos que nos han puesto ante esta realidad y sabemos lo duro y difícil que es la vivencia de la misma cuando perdemos a un familiar o a un amigo muy querido. La filosofía cuando reflexiona sobre este hecho, reconoce la existencia de muchos interrogantes, de muchas preguntas que pueden quedarse sin respuestas la mayoría de las veces. Desde nuestra fe ¿qué podemos decir? Sólo la certeza de la resurrección puede evitar que los discípulos–misioneros de Cristo cedamos frente a la seducción del mundo e imitemos a cuantos ponen toda su confianza en la condición mortal presente, preocupados únicamente de su interés inmediato. Cuando recitamos el Credo, cada domingo afirmamos que creemos en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.
Jesús en el evangelio de hoy rompe los esquemas de aquellos que intentaron enredarlo y ponerle una trampa. Hoy también Él quiere romper nuestros esquemas y nos pide que vivamos nuestra vida con tal intensidad que no nos aflijamos ante la muerte como los hombres sin esperanza. Nos pide que miremos su cruz y que no olvidemos la resurrección que Él nos quiso regalar. Por intercesión de María Santísima pidamos fe también en esos momentos en los que nos cuesta más descubrir al Señor, en los que nos cuesta tanto reconocerte, en los que nos cuesta más sentirte a nuestro lado, en los momentos de dolor, soledad y muerte. Se lo pedimos al Señor, como digo, por intercesión de su Madre y lo hacemos los unos para los otros, y lo hacemos sin olvidar a los que menos tienen, a los que sufren, a los que están enfermos, a los que están solos o los que carecen de todo, incluso de sentirse queridos por alguien. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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