miércoles, 30 de noviembre de 2022

«San Andrés Apóstol»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy es día de san Andrés Apóstol, uno de los dos primeros Apóstoles que se dejaron «alcanzar» por Jesús en las márgenes del Jordán. El Evangelio de hoy (Mt 4,18-22) nos dice que junto a su hermano Pedro escuchó la invitación de Jesús: «Síganme y yo los haré pescadores de hombres» y de inmediato siguieron al Señor. Es poco, en realidad, lo que sabemos de Andrés y de los otros Apóstoles, pues de ninguno quedó una biografía completa, pero, lo que sí podemos afirmar, es que de su cercanía al Señor, algo tenemos que aprender.

El término apóstol proviene del griego Y significa enviado. Un apóstol es un propagador o un predicador de la doctrina bíblica, de la fe cristiana y del Poder y del Amor de Dios. Un apóstol es un evangelizador que tiene la misión de predicar de Jesucristo y de Su obra redentora, su vida, su muerte y su resurrección. 

Al celebrar a san Andrés, podemos pedirle que nos ayude en este tiempo de Adviento, en este tiempo de preparación para la Navidad, a mirar siempre a Jesús. Que nos aliente a ser como Él, que siempre tengamos la vida del Señor como referencia. Justamente, en este tiempo de Adviento que hemos iniciado el domingo pasado, encontramos la oportunidad de renovar nuestra condición de apóstoles de Jesús, comprometiéndonos más a ser, con la compañía de María santísima, auténticos discípulos–misioneros de Cristo, como san Andrés y los otros Apóstoles. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 29 de noviembre de 2022

«Vendrá el Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


La antífona de entrada de la Misa de hoy, da pie a la reflexión que quiero hacer, pero primero que nada quiero recordar con ustedes qué es una antífona y por qué en Misa hay dos: la antífona de entrada y la antífona de la comunión. Las antífonas son pequeñas frases basadas en algún versículo de la Biblia que pueden ser cantadas como melodía corta y sencilla, de estilo silábico, que se utilizan como estribillos que acompañan el rito de entrada de la Misa y de la Comunión cuando no hay canto en la celebración. Por eso, como estamos muy acostumbrados al canto, generalmente no se usan, pero vienen en todos los misales como parte del rito de la Misa.

La antífona de entrada de la Misa de este día reza así: «Vendrá el Señor, mi Dios, y con él todos sus santos; y brillará en aquel día una gran luz» (Cfr. Zac ,5-7). Estos pequeños renglones centran mi momento de meditación en el tiempo de Adviento, que es el que estamos viviendo y, sobre todo, en la primera parte de este tiempo, que corre hasta el día 16 y que nos invita a meditar en la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. ¿Cómo nos va a encontrar el Señor Jesús al venir por nosotros? ¿Qué le podremos ofrecer?

La antífona me abre el corazón a imaginar aquel momento de luz en el que el Señor vendrá con todos los santos... ¡será un momento hermoso ver a todos estos hombres y mujeres ilustres que han hecho de su vida un himno de alabanza a nuestro Dios. ¿Cómo será esa luz esplendorosa de la que habla Zacarías?... Hay tanto que meditar sobre la segunda venida del Señor, pero, sobre todo, hay mucho que mantener en pie y preparar para que Él nos encuentre dispuestos a recibirlo. Vamos empezando el Adviento... es tiempo de ponernos en marcha. Que la Virgen Santísima, gracias a quien recibimos al Señor en su primera venida, nos ayude a disponer el corazón para recibirlo de nueva cuenta. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 28 de noviembre de 2022

«Vivamos con esperanza»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy cumple años mi único hermano de sangre, Eduardo Antonio, a quien con cariño llamo, como muchos, «Lalo». Ayer domingo lo festejamos en un ambiente familiar con su esposa, sus tres hijas, su yerno y sus dos nietos. Guardo siempre gratos recuerdos de mi hermano desde pequeño —es dos años tres meses menor que yo— hasta los 18 años en que me fui al Seminario. Después de aquel entonces no es que hayamos convivido mucho, pues nuestras vidas son diferentes. Recuerdo en especial su visita cuando yo estudiaba en Roma en 1985 y se celebró allá la primera jornada mundial de la juventud y una ocasión en que pudimos empatar nuestros tiempos para tener unos días de vacaciones con su familia. Ahora que de nueva cuenta estoy en Monterrey nos vemos un poco más seguido, aunque el vive en el otro extremo de la ciudad. ¡Dios conceda abundantes gracias y bendiciones a mi hermano en su cumpleaños!

Como cada año, ayer empecé un ciclo nuevo de reflexiones. Ya saben, a veces —como este año pasado— escribo exclusivamente del Evangelio del día, otras años he hecho mi reflexión sobre los salmos, los santos, las lecturas de la Misa de cada día y en algunas otras ocasiones sobre acontecimientos que vivo. Creo que este año haré una mezcla, pues ya le he dado vueltas a la vida litúrgico en los tres ciclos dominicales que la componen y en los dos ciclos de entre semana. Tal vez algún día comparta algo de un santo o de alguna vivencia, del salmo responsorial de la Misa o algo que me diga el Evangelio.

Hoy me detengo un poco a contemplar la primera lectura de la Misa (Is 4,2-6). Esta primera semana del Adviento estaremos viendo de cerca el libro del profeta Isaías, profeta de la esperanza en medio de una historia atormentada del pueblo de Israel, ocho siglos antes de Cristo, con la amenaza asiria. Sus pasajes constituyen anuncios de esperanza, de salvación, de un futuro más optimista para el resto de Israel, para los demás pueblos, e incluso para todo el cosmos. Para nosotros también tienen que ser una invitación a la esperanza en medio del caótico y acelerado mundo en que vivimos. Luz. Orientación. Paz. Buena perspectiva. Son anuncios que alimentan nuestra esperanza. Aprovechemos, de la mano e María, este tiempo de Adviento para renovar el corazón y dejar que Cristo, que viene a salvarnos, se sienta a sus anchas en nuestro corazón. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 27 de noviembre de 2022

«Vigilantes y preparados»... Un pequeño pensamiento para hoy


Iniciamos el día de hoy un nuevo año litúrgico que empieza en este primer domingo del tiempo de Adviento. Con el Adviento tratamos de abrir nuestras vidas al misterio de Cristo vivo, proclamando la inmensa necesidad que tenemos de Él. Evocamos la primera y segunda venida del Salvador. Es, pues, ocasión propicia para renovar nuestra fe y nuestra responsabilidad ante el misterio salvífico de Cristo que ya vino a salvarnos y que volverá lleno de gloria.

En este Adviento, debemos reaccionar en medio de tanta dispersión, tratando de verlo todo a través de Cristo, que nos interpela y nos invita a la responsabilidad y al amor. Así es como los cristianos nos preparamos a salir al encuentro del Salvador, y así preparamos la nueva Navidad que ya es inminente —falta menos de un mes—, para que nuestra vida esté totalmente inmersa en Cristo. Iluminados por el misterio de Cristo y llamados a su encuentro en la eternidad, volvemos a la convivencia en un mundo en el que los hombres, nuestros hermanos, viven las más de las veces inconscientes de la necesidad que tienen de Cristo. Es preciso, es urgente que seamos luz para ellos.

Y, para ser luz para iluminar nuestro entorno, tenemos que estar vigilantes y preparados porque el Señor puede llegar en cualquier momento. La vigilancia y la preparación nacen de la entraña misma del Evangelio, la buena nueva de la salvación. La pertenencia a la familia de Dios lleva consigo las exigencias de una conducta adecuada. Una seriedad puesta de relieve en el contrapunto de la superficialidad con la que el mundo actual vive este tiempo que se le va en fiestas, en borracheras, en compras desmedidas. Invoquemos la asistencia de María santísima para que, como ella y con la alegría de ella, esperemos la llegada de nuestro Salvador. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 26 de noviembre de 2022

«Estar alertas»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de este día nos pone el último consejo de Jesús al cerrar el año litúrgico con este último día del Tiempo Ordinario. Podemos ver que esto queda muy bien conectado con los primeros días del Adviento: «Estén alerta». Se trata, entonces, de estar en vela y en actitud de oración, mientras caminamos por este mundo y vamos realizando las mil tareas que nos encomienda la vida. No importa si la venida gloriosa de Jesús está próxima o no: para cada uno está siempre próxima, tanto pensando en nuestra muerte como en su venida diaria a nuestra existencia, en los sacramentos, en la Eucaristía, en la persona del prójimo, en los pequeños o grandes hechos de la vida.

Los discípulos–misioneros de Cristo tenemos memoria: miramos muchas veces al gran acontecimiento de hace dos mil años, la vida, la pasión, la muerte y la Pascua de nuestro Señor Jesucristo. Tenemos un compromiso con el presente, porque lo vivimos con intensidad, dispuestos a llevar a cabo una gran tarea de evangelización y liberación. Pero tenemos también instinto profético, y miramos al futuro, la venida gloriosa del Señor y la plenitud de su Reino, que vamos construyendo animados por su Espíritu.

Mañana será ya el primer domingo de Adviento. ¿En qué condiciones empezaremos este nuevo año litúrgico? ¿Qué esperamos de este tiempo de Adviento que está ya a la puerta? Todo depende de cómo hayamos vivido el Tiempo Ordinario que hoy termina. Por eso necesitamos cultivar una actitud orante que nos permita estar despiertos ante la realidad y descubrir los signos de los tiempos. Como María, mantengamos una acción vigilante para que Dios se muestre a la humanidad y sobre todo podamos escuchar su voz. ¡Bendecido sábado, último día del Tiempo Ordinario!

Padre Alfredo, M.C.I.U. 

viernes, 25 de noviembre de 2022

«Como cuando la higuera empieza a echar brotes»... Un pequeño pensamiento para hoy


Nuestro Señor Jesucristo toma, en el evangelio de hoy (Lc 21,29-33) una comparación de la vida del campo para que sus oyentes entiendan la dinámica de los tiempos futuros: «cuando la higuera empieza a echar brotes, sabemos que la primavera está cercana». Así, los que estén atentos comprenderán a su tiempo «que está cerca el Reino de Dios», porque sabrán interpretar los signos de los tiempos. Algunas de las cosas que anunciaba Jesús, como la ruina de Jerusalén, sucederán en la presente generación. Otras, mucho más tarde. Pero «sus palabras no pasarán». Hace aproximadamente dos mil años que Cristo pronunció estas palabras, y no pueden ser más actuales. No hace falta detenerse demasiado en dicho discurso para encontrar rápidamente el paralelismo entre lo que Cristo nos describe y lo que nosotros vivimos en la actualidad. Ante tanta adversidad el mensaje de Cristo es, como siempre, esperanzador: «El Reino de Dios está cerca».

Jesús nos invita a fijarnos en la higuera o en cualquier árbol de hoja caduca porque cuando observamos que echa brotes, caemos en la cuenta de que la primavera está cerca. Si somos capaces de observar esto, también podemos saber que cuando sucedan «estas cosas» el reino de Dios está ya cerca. Se trata, pues, de una realidad que no irrumpe abruptamente, sino que se va abriendo paso como la savia que hace brotar hojas nuevas en los árboles tras los rigores del invierno. Los dichos se refieren a la inminencia de este proceso —«antes que pase esta generación»— y a la seriedad del mensaje que Jesús anuncia —«mis palabras no pasarán»—.

Siempre hemos de estar atentos a las señales de los tiempos y de los lugares; son elocuentes para indicarnos algo de la voluntad de Dios sobre nuestras vidas, no solamente para pensar en el fin del mundo. El Concilio Vaticano II retomó con fuerza el tema de los «signos de los tiempos» de los que ya en otra ocasión he reflexionado con ustedes: «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos. Es necesario comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones» (GS 4). En el fondo, no debemos esperar encontrar la fecha de cumplimientos de profecías viejas o premoniciones presentidas: es la cercanía o lejanía del Reino lo que nosotros podemos y debemos discernir de entre los signos de los tiempos. Pidamos a María su asistencia para captar, como Ella, lo que Dios nos quiere decir. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 24 de noviembre de 2022

«Preparados para cuando venga Jesús por segunda vez»... Un pequeño pensamiento para hoy


Las imágenes que se suceden una tras otra en el evangelio de hoy (Lc 21,20-28) para describirnos la seriedad de los tiempos futuros: la mujer encinta, la angustia ante los fenómenos cósmicos, la muerte a manos de los invasores, la ciudad pisoteada, forman parte del lenguaje apocalíptico que Jesús utiliza y que no nos da muchas claves para saber adivinar la correspondencia de cada detalle, sin embargo vemos cómo relaciona la destrucción de Jerusalén con el final de los tiempos.

Aunque se parece mucho al evangelio de ayer (Lc 21,12-19) porque es continuación del mismo, el pasaje de hoy nos ofrece una perspectiva es optimista: «entonces verán al Hijo del Hombre venir con gran poder y gloria». Jesús no quiere que el anuncio que da se quede atorado en el entristecer, sino que busca animar a los suyos que deben estar siempre llenos de esperanza: «cuando suceda todo esto, levántense, alcen la cabeza: se acerca su liberación».

Así que, ante este relato de Jesús, nuestra disposición para acoger el mensaje debe ser optimista. Más allá de los alarmismos que acompañan generalmente a las representaciones sobre el fin del mundo, a los discípulos–misioneros de Cristo se nos invita a anhelar la llegada de ese fin y a descubrir en él las consecuencias positivas que producirá en nosotros. Debemos ver en todos esos acontecimientos que si hacemos lo que Cristo nos diga, alcanzaremos la felicidad plena. Con María, sigamos vigilantes porque el Señor llegará sin avisar. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

«Ser siempre fieles»... Un pequeño pensamiento para hoy


Un día como hoy, pero hace 43 años, la beata María Inés Teresa fundó nuestro instituto de Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal. Antes que nada quiero pedirles que me ayuden a darle gracias a Dios por formar parte de este instituto misionero que forma parte de la Familia Inesiana, conformada por las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, Van-Clar, las Misioneras Inesianas, el grupo sacerdotal Madre Inés, la Familia Eucarística y nosotros los Misioneros de Cristo.

Ahora voy al Evangelio de hoy (Lc 21,12-19) en el que Jesús avisa a los suyos de que van a ser perseguidos, que serán llevados a los tribunales y a la cárcel. Y que así tendrán ocasión de dar testimonio de él. Jesús no nos ha engañado: nunca prometió que en esta vida seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el camino. Lo que sí nos asegura es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que él dará testimonio ante el Padre de los que hayan dado testimonio de él ante los hombres.

La Misión está dada. Cristo quiere que seamos fieles y nos mostremos al mundo como signos claros de su amor. Meditemos si hemos colaborado con nuestra fidelidad, para que desaparezcan las injusticias, las maldades, las guerras y persecuciones en el mundo, o si, llamándonos cristianos, hemos colaborado para que el mal avance en el mundo. Cristo quiere que demos testimonio de Él con nuestra fidelidad. Pidamos la intercesión de María santísima que siempre fue fiel. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 22 de noviembre de 2022

«El Templo de Jerusalén y el fin del mundo»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy, que es uno de los pasajes más extremadamente oscuros de la Escritura (Lc 21,5-11) en el que se entremezclan por lo menos, dos perspectivas: el fin de Jerusalén y el fin del mundo, me parece interesante reflexionar sobre la destrucción de Jerusalén, pero sobre todo, de la destrucción del Templo. En tiempos de Jesús, el Templo estaba recién edificado; incluso no se encontraba terminado del todo. Se comenzó su construcción diecinueve años antes de Jesucristo. Pero eso sí, era considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Sus mármoles, su oro, sus tapices, sus artesonados esculpidos, eran la admiración de los peregrinos. Se decía: «¡Quien no ha visto el santuario, ése no ha visto una ciudad verdaderamente hermosa!» 

El acontecimiento que Jesús tiene a la vista —la destrucción de Jerusalén— nos da una clave para interpretar el pasaje que nos hace pensar también en el fin del mundo. Jesús dijo a los judíos: «Eso que contemplan llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido». Esto es un símbolo de la fragilidad, de la caducidad de las más hermosas obras humanas. La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y "no quedó piedra sobre piedra". Esto, como digo, nos hace humildes el ver qué caducas son las instituciones humanas en las que tendemos a depositar nuestra confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos de la belleza de su capital y de su templo. Pero estaba próximo su fin.

Pensar en este Templo, del que queda solamente una pared de sus cimientos, el llamado «Muro de las lamentaciones» y mirar hacia ese futuro, pensando en que todo en este mundo se acabará, no significa que nos agüemos la fiesta de esta vida, sino que se hace invitación para hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús, luego de hablar de la destrucción del Templo y del fin del mundo, es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? «Cuidado con que nadie los engañe: el final no vendrá en seguida», será tal vez, y seguramente, cuando menos lo pensemos. Que María santísima nos acompañe a vivir cada día en gracia, esperando, pero no con los brazos cruzados, la llegada de ese día en que el Señor vendrá a juzgar a vivos y muertos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 21 de noviembre de 2022

«La viuda y las dos monedas»... Un pequeño pensamiento para hoy


Estamos en la última semana del Tiempo Ordinario de la liturgia de la Iglesia y en este día en que la Iglesia celebra a la Santísima Virgen recordando el acontecimiento de su presentación en el Templo el Evangelio nos habla de la pobre viuda que dio todo lo que tenía como ofrenda para el Templo (Lc 21,1-4). Este hecho está entre las últimas páginas del evangelio según san Lucas, antes de llegar al episodio de la pasión, fragmentos que se refieren a los últimos días de la vida terrestre de Jesús y que reflexionaremos estos días.

Me centro ahora en la figura de la viuda para meditar en que no importa la cantidad de lo que damos a Dios, sino el amor con que lo damos. A veces apreciamos más un regalo pequeño que nos hace una persona que uno más costoso que nos hacen otras, porque reconocemos la actitud con que se nos ha hecho. La buena mujer dio poco dinero al Señor, pero lo dio con humildad y amor. Y, además, dio todo lo que tenía, no lo que le sobraba. Mereció la alabanza de Jesús. Aunque no sepamos su nombre, su gesto está en el Evangelio y ha sido conocido por todas las generaciones. 

Ante este testimonio de esa pobre mujer, me quedo con varias preguntas: ¿Qué damos nosotros a Dios: lo que nos sobra o lo que necesitamos? ¿lo damos con sencillez o con ostentación, gratuitamente o pasando factura? Y yendo más allá de la ofrenda de dinero hemos de preguntarnos también: ¿ponemos, por ejemplo, nuestras cualidades y talentos a disposición de la comunidad, del grupo, de la familia, de la sociedad, o nos reservamos por pereza o interés? No todos tienen grandes dones: pero es generoso el que da lo poco que tiene, no el que tiene mucho y da lo que le sobra. Que María santísima interceda por nosotros para que seamos generosos. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 20 de noviembre de 2022

«Cristo Rey»... Un pequeño pensamiento para hoy


Llegamos a la última semana del Tiempo Ordinario de la liturgia en la Iglesia, ya el próximo domingo empezaremos el Tiempo de Adviento y con ello una nueva serie de reflexiones que este año irán en torno a la vida y obra de los santos, beatos, venerables y siervos de Dios que han hecho vida el Evangelio en una entrega heroica en el diario devenir de la existencia. Hoy, para cerrar este ciclo litúrgico, se celebra la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, así que la reflexión de nuestro día conviene que gire en torno a esta celebración. Durante los domingos de este ciclo C que hoy cerramos, las lecturas del evangelista San Lucas nos han acompañado y se han hecho el punto de referencia para el pequeño pensamiento de cada día que ha querido llevarnos a Cristo, el centro de nuestra vida, de nuestro ser y quehacer para asumir y vivir en la medida de nuestras posibilidades lo que ser discípulo–misionero de Cristo significa.

Celebrar a Cristo Rey, es celebrar que Él es quien da sentido a todo lo que somos y hacemos. El Evangelio de hoy (Lc 23,35-43) es fuerte, nos hace ir al encuentro del Crucificado que, desde la Cruz, después de haber sido azotado y severamente maltratado, es puesto en la Cruz y reina victorioso desde allí. ¿Quién puede entender un reinado así? ¿Cómo se puede pensar en un Rey crucificado? Es que así es el reinado de Cristo, el que Él vive y que nos invita a compartir. En Juan 10,18 Él había dicho: «A mí nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero». En el trance de la cruz Jesús reina y se sigue comportando como transparencia de la misericordia divina, ejerciendo su oficio de salvador, rescatando a quien puede para el paraíso. Siempre perdonando y siempre acogiendo. La salvación de Jesús se nos muestra por lo tanto, no como algo restringido, reducido, sino abierto y universal, aunque en un principio haya sido rechazado, esa decisión no es considerada definitiva, sino que se puede rectificar y aceptar la salvación de Jesús, en cualquier momento. Es lo que ha sido la constante de su Evangelio, la misericordia del Señor llevada hasta el extremo.

La realeza de Jesús no es como la que el mundo conoce, Jesús no es un rey impuesto, sino un Rey a quien nosotros, voluntariamente, hemos de aceptar si queremos. Jesús habla de un reino que no tiene nada que ver con el dominio y el sometimiento, nada que ver con el poder y la espada, sino que es el reino del testimonio de la verdad, y ese testimonio de la verdad sólo es posible descubrirlo escuchando su palabra, interiorizando su mensaje, y después llevando a la práctica lo que el nos pide. Por eso la mejor manera de celebrar esta fiesta es hacernos esta pregunta, ¿qué lugar ocupa Jesús en mi corazón?, ¿qué importancia tiene para mí lo que Él dijo y que ha quedado plasmado en su Evangelio? ¿Estoy luchando para que el lugar que ocupa en mi corazón como Rey no sea ocupado por otros reyezuelos que son los que dominan a la sociedad con la mundanidad? ¿A quién he sentado en el trono de mi corazón? Son buenas preguntas... Recurramos a María Santísima y desde allí, junto a ella, responsamos y alabemos a nuestro Rey. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 19 de noviembre de 2022

«Jesús y los saduceos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Aquí me tienen, a sus órdenes, como siempre, escribiendo ahora estas líneas desde la Casa Madre de la Familia Inesiana en Cuernavaca, a 26 grados centígrados mientras que mi querido Monterrey está a 11 y llueve... ¡por algo a Cuernavaca le dicen «La ciudad de la eterna primavera»! Este fin de semana estoy aquí porque tenemos, luego del tiempo de pandemia, la Asamblea Nacional de Van-Clar de manera presencial, con el gusto de ver, como asistente eclesiástico, el testimonio de vida, la entrega y la generosidad de nuestros hermanos misioneros laicos que forman parte muy importante de esta obra que fundó la beata madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. En esta Asamblea los diversos grupos de varias localidades de México, presentan sus informes y comparten momentos de formación para acrecentar la unidad mediante la vivencia del carisma misionero que Madre Inés dejó en herencia. Van-Clar, esta expresión del carisma inesiano en los laicos, viene desarrollándose desde 1954 con los primeros estatutos que marcaron el modo en que la beata María Inés concibe el compromiso misionero de los laicos.

Y este sábado, al buscar el Evangelio del día para ver que nos quiere decir el Señor, me encuentro nuevamente con un evangelio que ya he comentado un domingo de hace algunos días (Lc 20,27-40) y que es conocido por muchos como el Evangelio de «la trampa saducea». Y es que, a las preguntas que no están hechas con sincera voluntad de saber, sino para tender una «emboscada» para que el otro quede mal, responda lo que responda, se le llama así basándose en este pasaje. «La trampa saducea». Los saduceos, como he comentado en alguna otra ocasión, son gentes que pertenecían a las clases altas de la sociedad. Eran liberales en algunos aspectos sociales —eran conciliadores con los romanos—, pero se mostraban muy conservadores en otros. Por ejemplo, de los libros del Antiguo Testamento sólo aceptaban los libros del Pentateuco (la Torá), y no las tradiciones de los rabinos. No creían en la existencia de los ángeles y los demonios, y tampoco en la resurrección. 

El caso que hoy los saduceos presentan a Jesús, es un tanto extremado y ridículo, está basado en la «ley del levirato» (cf. Dt 25), por la que, si una mujer queda viuda sin descendencia, el hermano del esposo difunto se tiene que casarse con ella para darle hijos y perpetuar así el apellido de su hermano. Por esto, Jesús, con la frase «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos», les cuestiona la falsedad de su fe. Pues, los saduceos, con esta manera de pensar, evidenciaban que su confianza no estaba puesta en Dios, sino en la seguridad que ofrecen las cosas de este mundo. Una herencia, una propiedad, un pedazo de tierra era todo lo que ocupaba la mentalidad de los que se oponían a la resurrección. Jesús es muy claro en sus aseveraciones y con ellas pone en evidencia el enfrentamiento entre dos proyectos totalmente opuestos: de un lado el Dios de la Vida con su proyecto solidario; de la otra, el dios del dinero, con su proyecto mercantil. Jesús, entonces, se prepara a dar la lucha definitiva por su Padre, por el Dios que le ha dado la vida a los seres humanos. Mañana domingo celebraremos a Jesús como Rey del Universo. Pidamos, de la mano de su Madre santísima, que valoremos la esperanza de la vida eterna. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo. 

viernes, 18 de noviembre de 2022

«Jesús y los mercaderes en el Templo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Estamos llegando al final del Tiempo Ordinario en la liturgia de la Iglesia y hoy se nos presenta el pasaje en el que Jesús echa fuera a los vendedores del Templo (Lc 19,45-48) que, en San Lucas, es un relato muy pequeño. El contexto en el que esto se da tiene que ver con el mandato que los judíos tenían de ir al Templo de Jerusalén por lo menos una vez al año. Esas peregrinaciones se habían convertido en una importante fuente de comercio porque muchos israelitas acudían con sus animales durante la pascua para ofrecer un sacrificio a Dios. El templo, a la vez exigía que todos los aportes y transacciones se hicieran con la moneda judía, no recibían moneda extrajera. Por tal motivo, alrededor del templo, especialmente en la plaza de los gentiles, había un intenso comercio en torno al cambio de moneda romana por moneda judía y a la compra y venta de animales sacrificiales.

Cuando Jesús llegó a Jerusalén, se dio cuenta de la deshonestidad de los cambistas, del negocio que se había montado con la piedad israelita. Los mercaderes se aprovechaban de las demandas de animales puros para los sacrificios, elevando los precios de manera exorbitante o cambiando animales para quedarse con los mejores y darles a la gente los animales enfermos para ofrecerlos en sacrificio, sacando ellos provecho de los buenos vendiéndolos por fuera. Esta situación era totalmente contraria al propósito que tenía el Templo: estaba para servir de lugar de culto al Dios vivo, en cambio, se había convertido en lugar de explotación mercantil de la piedad popular. Tamaña contradicción encolerizó a Jesús que, en compañía de sus discípulos, emprendió la expulsión de los mercaderes.

La intervención de Jesús en el Templo es una llamada de atención a recolocar nuestra actitud religiosa en un plano de autenticidad y sinceridad. El espacio y el tiempo sagrado deben adquirir su verdadero sentido como forma de encuentro con Dios. Nosotros no comerciamos con la fe, sino que convocados por el Señor, que nos abre la puerta de su Casa y nos sienta a su mesa, reconocemos que Él es el centro de nuestras vidas. Él está dispuesto a purificarnos de todo pecado, pues para eso Él vino al mundo. Si realmente creemos en Él; si acudimos a su llamado, guiados no por la costumbre sino por la fe, hemos de dejarnos transformar por Él en criaturas nuevas, a pesar de que tengamos que renunciar a nosotros mismos. Dios quiere hacer su obra de salvación en nosotros para enviarnos, como testigos suyos, a proclamar su Nombre y a continuar construyendo su Reino en el mundo. Pidamos a María Santísima, su Madre, que nos acompañe en la vivencia del compromiso de nuestra fe que va mucho más allá de lo comercial. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 17 de noviembre de 2022

«La paz que Cristo espera encontrar en nosotros»... Un pequeño pensamiento para hoy


Mañana viernes, Dios mediante, viajaré a Cuernavaca para estar en la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana y participar, este fin de semana, en la Asamblea Nacional de Van-Clar, así que inicio este escrito pidiendo sus oraciones para que este encuentro con el grupo de laicos de nuestra familia misionera traiga muchos frutos y los Vanclaristas —Vanguardias Clarisas— se sigan multiplicando y continúen haciendo realidad el sueño que la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento tuvo de que por medio de estos hermanos nuestros Cristo y su Madre Santísima lleguen a todos los ambientes en donde estos laicos comprometidos están presentes siendo, como quería Madre Inés, almas pacíficas y pacificadoras en un mundo sediento de la paz que Dios trae al corazón. ¡Nos encomendamos a sus oraciones!

Hoy jueves el Evangelio (Lc 19,41-44) toca el tema de la paz y textualmente dice en uno de los versículos estas palabras de Jesús: «¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz!»... El Señor dice estas palabras a Jerusalén porque Jerusalén está ciega: no ha «visto» los signos de Dios, no ha sabido reconocer la hora excepcional que se le ofrecía en Jesucristo. Jerusalén crucificará a aquél que le aportaba la paz. La condena de Jerusalén, como la condena de las ciudades del lago, más que un anuncio es la constatación de que toda sociedad construida al margen de la Palabra de Dios y que rechaza a sus enviados ya está en vías de su destrucción. El ofrecimiento de la paz, suma de todos los bienes para realizar la propia existencia en dignidad puede ser libremente aceptada o libremente rechazada. Pero de su aceptación o rechazo depende la posibilidad o no de la vida en plenitud.

Jerusalén, la ciudad santa no logra «conocer el camino que conduce a la paz», está ciega. Como ciudad y como ciudad capital se ha convertido en el centro de la explotación económica de la población, siguiendo un camino que en vez de acercar aleja la paz. La ciudad será destruida, por no haber querido reconocer en la venida de Jesús la ocasión para cambiar y convertirse en constructora de verdadera paz, siguiendo el llamado de Jesús. Hoy quizás también nosotros podemos preguntarnos si Jesús no lloraría con indignación profética al ver «nuestra ciudad»: nuestro mundo actual y también nuestra Iglesia. Tampoco hoy, como sociedad, somos capaces de conocer lo que nos traería la paz y no sabemos discernir el kairós de Dios. Falta mucho por hacer para alcanzar la paz que Cristo promete. Bajo la mirada de María, hay que ponernos manos a la obra. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

«Echemos a andar los talentos, mientras viene el Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Algunos de los conciudadanos de Jesús, al escucharlo hablar en los diversos pasajes que nos narra el Evangelio, cansados de la situación difícil por la dominación del imperio romano que sufrían, pensaban que el Reino de los Cielos llegaría de inmediato. Jesús, con parábolas como la del Evangelio de hoy (Lc 19,11-28) les hace ver que hay que esperar con paciencia y mientras el Reino llega definitivamente, ir trabajando sus valores en el tiempo que nos toca vivir.

Yo creo que para nosotros lo del tiempo concreto de la vuelta no tiene importancia. Lo que sí la tiene es que, mientras llegue ese momento —la vuelta del rey, en la parábola, no parece inminente—, se trabaje: Hay que hacer algo con lo que hemos recibido antes de que el Señor venga y nos pida cuentas. Tampoco es decisivo si con las diez monedas uno ha conseguido otras diez, o sólo cinco. Lo que no hay que hacer es «guardarlas en un pañuelo», haciendo nuestra vida improductiva.

Los talentos que cada uno de nosotros hemos recibido —vida, salud, inteligencia, dotes para el arte o el mando o el deporte, porque todos tenemos algunos dones— los hemos de trabajar, porque somos administradores y no dueños. Es de esperar que el Juez, al final, no nos tenga que tachar de «empleados holgazanes» que se han ido a lo fácil y no hemos hecho rendir lo que se nos ha encomendado. La vida es una aventura y un riesgo, y el Juez premiará sobre todo la buena voluntad. Pongamos, con ayuda de María santísima, siempre a nuestro lado, a trabajar los talentos que hemos recibido. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 15 de noviembre de 2022

«Zaqueo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Apenas el domingo, 30 del pasado mes de octubre, la liturgia de la Palabra nos presentaba el mismo Evangelio que la Misa del día de hoy nos regala y en el que se narra la conversión de Zaqueo (Lc 19,1-10). Casi me vi tentado a remitirlos al pequeño pensamiento de ese día y no escribir nada para hoy... pero Alguien me dice que no, que comparta algo sobre este pasaje tan conmovedor y que, como he dicho muchas veces, me hace recordar los pasos del sacramento de la reconciliación.

El texto nos dice que Zaqueo era publicano —recaudador de impuestos para la potencia ocupante de aquel territorio de Israel, los romanos—, Este hombre era despreciado y sus negocios debieron ser un tanto dudosos. Pero Jesús, con mucha cortesía, se hace invitar a su casa y consigue lo que quería, lo que había venido a hacer a este mundo: «hoy ha sido la salvación de esta casa, porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Los demás excomulgan a Zaqueo, pero Jesús va a comer muy a gusto con él.

De esta manera, una acción muy concreta de Jesús, viene a poner de manifiesto el carácter ilimitado de la misericordia divina. Superando los prejuicios de impureza, comparte la vida con un jefe de los recaudadores de impuestos. La crítica dirigida a su actitud se convierte en ocasión para subrayar el significado del «Hoy» salvífico de Dios. Así como viene Jesús al encuentro de Zaqueo, viene a nuestro encuentro cada vez que nos acercamos al sacramento de la Reconciliación. Jesús busca a los que le abran su corazón para poder llenarlos de gracia, de amor y de perdón. Hoy su corazón se alegra en la alegría de la conversión de Zaqueo y de cada uno de nosotros. De la mano de María, dejémonos mirar por Jesús. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 14 de noviembre de 2022

«La curación de un ciego»... Un pequeño pensamiento para hoy


Estamos ya entrados en la última etapa del Tiempo Ordinario en la liturgia de la Iglesia, el próximo domingo celebraremos la fiesta de Cristo Rey, con la cual se cierra este tiempo para abrir paso al tiempo de Adviento. Ya estoy pensando en la línea que seguirán mis reflexiones diarias para este nuevo ciclo litúrgico y creo que me estoy inclinando, como ya lo hice una vez, por recorrer la vida de los santos y beatos que se van celebrando cada día en la Iglesia. Por lo pronto hoy me adentro en el Evangelio de este día (Lc 18,35-43) y comentaré un poco sobre esta escena que nos presenta a un ciego que por la acción milagrosa de Jesús recobra la vista que había perdido.

La curación del ciego está contada por san Lucas con detalles muy expresivos. Alguien le explica al ciego que el que está pasando es Jesús. Él grita una y otra vez su oración: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». La gente se acalora por esos gritos, pero Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. La gente no quiere ayudar al ciego, pero Jesús sí. El diálogo es breve: «Señor, que vea» ... «recobra tu vista, tu fe te ha curado». Y aquel buen hombre le sigue lleno de alegría, glorificando a Dios. Ciertamente que nosotros no podemos devolver la vista corporal a ningún ciego. Pero en esta escena podemos vernos reflejados de varias maneras. Ante todo, porque también nosotros recobramos la vista con los ojos de la fe cuando nos acercamos a Jesús, especialmente en el sacramento de la Reconciliación.

En esta época que nos ha tocado vivir, nosotros nos hallamos en una situación similar a la del ciego. Estamos atentos a los signos de la realidad, pero no la percibimos completamente, nos falta aumentar nuestra fe para ver con claridad. Muchas veces nos sentamos a la orilla de camino sin saber qué hacer, aunque nos reconocemos como seres humanos necesitados. La parábola, entonces nos muestra que necesitamos, muchas veces, como el ciego, ser curados por Jesús, recuperar nuestra visión de la realidad para poder seguirle. El Evangelio nos invita a que clamemos a Jesús para que Él nos ayude a ver la realidad y a seguir su camino. Pidamos a Dios, por intercesión de María santísima, que tengamos suficiente colirio del Señor —oración, escucha de la Palabra, recepción de la Eucaristía, sacramento de la Reconciliación, lectura espiritual...— para recuperar la vista y mirar con los ojos de la fe. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 13 de noviembre de 2022

«La VI Jornada Mundial de los Pobres»... Un pequeño pensamiento para hoy


Celebramos hoy la VI Jornada Mundial de los Pobres, que, con el lema «Jesucristo se hizo pobre por vosotros», pretende «ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente». A la luz del Evangelio de hoy (Lc 21,5-19) que dice: «Cuídense que nadie los engañe», descubrimos que estos tiempos de crisis, marcados por la guerra en Ucrania y los problemas económicos en muchas naciones, que generan tanta incertidumbre y pobreza, no son tiempos para lamentarnos o desalentarnos, sino para confiar, esperar y comprometernos a compartir lo que somos y lo que tenemos con la mirada puesta en Jesús. Él nos alerta que los reinos de este mundo pueden provocar, como podemos comprobar, guerras, catástrofes y pobrezas: «¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra!». Sin, embargo, el Reino de Dios traerá paz y justicia para todos. Así trata Jesús de animar a sus seguidores a mantener viva la fe, la esperanza y el compromiso.

Este domingo, celebrando esta jornada, la Iglesia nos invita a fijar la mirada en Jesús, el cual «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Co 8,9). El mensaje de Jesús, su vida y sus obras, nos muestra el camino para discernir cuál es la pobreza que libera y cuál es la que esclaviza y roba vida. «Hay una pobreza que humilla y mata, y hay otra pobreza, la suya, que nos libera y nos hace felices». «La pobreza que mata es la miseria, hija de la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos», propia de la lógica del descarte. Sin embargo, la pobreza que libera es la que nos aligera el paso y nos muestra que la sencillez y la sobriedad generan vida y abundancia para quienes menos tienen. «El encuentro con los pobres permite (...) llegar a lo que realmente importa en la vida y que nadie nos puede robar: el amor verdadero y 

Al ir llegando al final del año litúrgico y en el marco de esta jornada, somos invitados a revisar cuál es nuestro estilo de vida, si somos solidarios, si sabemos salir al encuentro del necesitado. Así lo expresa el papa en el Mensaje. Esto requiere que seamos comunidad de vida, bienes y acción. Estamos llamados a ser comunidad de vida y de bienes, en la que «el amor recíproco nos hace llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido», compartiendo lo que somos, lo que hacemos y lo que tenemos con los que necesitan de nuestra ayuda, de nuestra compañía, con los que no tienen nada, pero acogiendo, al mismo tiempo, lo que nos puedan aportar: su trabajo, su pensamiento, su forma de hacer y de entender la vida. «Frente a los pobres —dice el Papa Francisco— no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente». Con ayuda de María Santísima tal vez hoy podamos desprendernos de algo en efectivo y darlo en ayuda a algún pobre que el Señor ponga en nuestro camino y hacernos para él una bendición y presencia del amor de Dios que no abandona a nadie. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 12 de noviembre de 2022

«Nuestra oración ante Dios justo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Todos los discípulos–misioneros de Cristo podemos dar constancia de que cuando clamamos a nuestro Padre Dios con fe, el responde a nuestras súplicas dándonos lo que mejor nos conviene. A veces nos da exactamente lo que le pedimos, otras tantas lo que Él ve que es conveniente para nuestra salvación, pero hay una cosa, siempre atiende a nuestras súplicas con justicia. Hoy Jesús, en el Evangelio (Lc 18,1-8) nos regala la parábola de la viuda insistente. El juez —que no es como Dios, sino que era malvado— no tiene más remedio que concederle la justicia que la buena mujer reivindica. Así que no se trata de comparar, en el relato, a Dios con aquel juez, que Jesús describe como corrupto e impío, sino nuestra conducta con la de la viuda, seguros de que, si perseveramos, conseguiremos lo que pedimos.

Jesús dijo esta parábola «para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse». ¿Cómo es nuestra oración de petición hacia Dios? ¿Pedimos con fe? ¿Pedimos conscientes de que en su justicia Dios nos dará lo que conviene? Dios siempre escucha nuestra oración. Él quiere nuestro bien y nuestra salvación más que nosotros mismos. Nuestra oración es una respuesta, no es la primera palabra. Nuestra oración se encuentra con la voluntad de Dios, que deseaba lo mejor para nosotros.

En la oración nos sentimos como la viuda: carentes de toda protección y a merced de la voluntad de Dios. Sin embargo, Dios no es un juez sordo o injusto. Dios se nos muestra como un Padre misericordioso, resuelto a escuchar a sus hijos. Esta situación nos remite inmediatamente a la situación del suplicante, de la persona que eleva su clamor a Dios. Si esta persona carece de convicción, de la fe necesaria, de poco le sirve la oración. Pues, la oración es un agradecimiento por los bienes recibidos. Y si la persona, no considera anticipadamente que lo que pide ya lo ha recibido, se dirige a un Juez sordo, que no atiende su clamor. Fe y constancia, confianza y tenacidad, son las llaves que nos abren la posibilidad de un diálogo sincero con Dios y con los hermanos. Veamos a María la Madre de Jesús y Madre nuestra, que atenta, sabe siempre cómo pedir y nos remite a hacer lo que Jesús nos indique. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 11 de noviembre de 2022

«Como en los viejos tiempos»... Un pequeño pensamiento para hoy


En una sociedad tan consumista, como la que vivimos en las grandes urbes del mundo y aún en lugares más pequeños, el hambre, la sed, el sexo, la afición por los negocios y muchas cosas más quedan satisfechos por gran parte de la población —aunque deban todo lo que gasten— pero se corre el peligro de que se llega a no ver nada más allá de todo esto que es material. Una encuesta hecha en Francia dio como resultado que el cuarenta por ciento de los franceses afirman «no haber nada después de la muerte». Y el treinta y ocho por ciento afirman que «ante la muerte piensan, sobre todo, en disfrutar al máximo de los placeres de la vida».

Sin ninguna encuesta científica, Jesús ya había observado en su época, ese mismo frenesí de «vivir», esa despreocupación bastante generalizada y hoy en el Evangelio (Lc 17,26-37) toca el tema y nos propone que descifremos tres hechos históricos que considera símbolos de todo «Fin»: El diluvio... la destrucción de Sodoma... la ruina de Jerusalén... En aquellos tiempos comían... bebían... se casaban... compraban... vendían... sembraban... construían... El diluvio sorprendió a la mayoría de las personas muy entretenidas en sus comidas y fiestas. El fuego que cayó sobre Sodoma encontró a sus habitantes muy ocupados en sus proyectos. No estaban preparados. Así sucederá al final de los tiempos. ¿Dónde? —una pregunta de curiosidad—: «donde está el cadáver se reunirán los buitres», o sea, en cualquier sitio donde estemos, allí será el encuentro definitivo con el juicio de Dios.

Mediante estas palabras que pronuncia Jesús, los discípulos–misioneros somos invitados a la vigilancia: a los vividores, a los que solamente viven al día y pasan de todo, a los que pueden llegar a creer que el hecho de rechazar a Jesús no tendrá consecuencias, les sucederá como a los contemporáneos de Noé y de Lot. La situación se convertirá en catastrófica para todos los que no han hecho la opción por este Mesías rechazado y humillado. La llegada del Hijo del Hombre será tan imprevista como el fulgor del relámpago: nadie podrá preverla. Como en tiempos de Noé y de Lot, los cálculos y las cábalas de los fariseos son completamente inútiles. Jesús invita a no hacer caso de nadie y a estar preparados. Sólo la vigilancia tiene sentido. Que María Santísima, con su ejemplo de fe y de sencillez de vida, nos ayude a estar alertas. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 10 de noviembre de 2022

«La llegada del Reino de los Cielos»... Un pequeño pensamiento para hoy


A lo largo de mis 33 años de vida sacerdotal, me he dado cuenta de que cuando hay una situación adversa como una enfermedad, una guerra o una pandemia con esta que aún nos acompaña y que parece ser ya llega a su final dentro de poco, la gente se acerca al sacramento de la reconciliación porque piensan que ya se va a acabar el mundo y que Cristo puede llegar inesperadamente en medio de la catástrofe... ¡Pero qué curioso! Cuando el peligro se aleja, el anhelo de estar en gracia y confesarse se esfuma y la gente se olvida del tema del Reino de los Cielos y la segunda venida de Cristo.

Hoy el Evangelio (Lc 17,20-25) toca el tema hablándonos de la segunda venida de Nuestro Señor con la instauración del Reino de Dios en plenitud. Creo que todos los creyentes rezamos muchas veces el Padrenuestro y repetimos la frase que Jesús nos enseñó: «venga a nosotros tu Reino». Pero este Reino es imprevisible, está oculto y ya está actuando aunque no en plenitud en la Iglesia, en su Palabra, en los sacramentos, en la vitalidad de tantos y tantos discípulos–misioneros que han creído en el Evangelio y lo van cumpliendo. Ya está presente en los humildes y sencillos: «bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos».

Pero como dije al principio de esta breve reflexión, la mayoría de la gente, en su ignorancia de las Escrituras, espera que el Reino de Dios venga al fin del mundo con una gran explosión, una pandemia que nos mate a todos o en revelaciones y signos cósmicos. Pero no acaba de ver los signos de la cercanía y de la presencia de Dios en lo sencillo, en lo cotidiano en donde ya se va estableciendo el Reino como un adelanto. Pensemos: ¿Qué aspectos o vivencia en mi vida me hacen ver que el Reino de los Cielos se va estableciendo? Vivamos el día a día en la presencia de Dios como vivió María. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

«El celo de tu casa me devora»... Un pequeño pensamiento para hoy


Procuro siempre escribir la reflexión para el día siguiente entre 1 y 3 de la tarde para enviarla antes de las 4... ¡Hoy ya son las 9:25 de la noche y apenas empiezo a escribir! Tengo la tentación de dejar de hacerlo, pero pienso en mis 4 o 5 lectores y en que me dicen que de algo les sirven mis mal hilvanadas reflexiones y me animo a seguir escribiendo. Aquí estoy ahora frente al Evangelio para este miércoles (Jn 2,13-22) y me topo con una frase que me llega al corazón: «El celo de tu casa me devora».

Esta expresión se encuentra en el Salmo 68 (v. 10), el mismo salmo del que el Señor dirá que «se cumple» cuando lo odian sin motivo (Jn 15,25; Sal 68,5), o que Juan afirma que se cumple cuando desde la Cruz el Señor pronuncia las palabras «tengo sed» (Jn 19,28s; Sal 68,22). El término hebreo «kinah» usado en el Salmo 68 y que se traduce por «celo», califica por lo general un ardor interior que la persona experimenta a causa de otra a la que ama apasionadamente, un como fuego o energía que le impulsa a defender, proteger o cuidar con acciones incluso violentas a quien es objeto de su amor.  Kinah designa en el caso específico del salmo mencionado un celo religioso, el celo del hombre por Dios y por el lugar en el que Él mora entre los hombres, «la casa de Dios», que también es celo por el cumplimiento de su Ley (ver Sal 118,139).  Kinah designa en otros momentos también el celo de Dios por su pueblo.

Esta frase del Evangelio de hoy me hace pensar en que debo tener celo por mi Iglesia, la Iglesia católica a la que pertenezco y que delante de mí no debo tolerar que se hable mal de la Iglesia, esta Iglesia a la que pertenezco con un gozo inmenso y a la que amo desposado con ella. Tú que lees estas líneas de mi reflexión... ¿cuánto amas a la Iglesia? ¿Cuánto cuidas tu parroquia? ¿Cuánto participas en la Iglesia? Que María santísima nos ayude para que junto con ella sintamos ese celo del que nos habla esta frase del Evangelio de hoy. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 8 de noviembre de 2022

«Servir a Dios y al prójimo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los cristianos —recordemos que los cristianos más antiguos somos los católicos— debemos tener muy claro que toda clase de cargos que ocupamos en la dinámica eclesial, son siempre «servicios» que prestamos a los hermanos. Cristo nos lo recuerda en el Evangelio de hoy (Lc 17,7-10) cuando al final expresa: «No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que tenemos que hacer».

Hemos de servir ante todo a Dios, no con el propósito de hacer valer luego unos derechos adquiridos, sino con amor gratuito de hijos. Y lo que decimos en nuestra relación con Dios, también se debe aplicar a nuestro trabajo comunitario, eclesial o familiar. Si hacemos el bien, que no sea llevando cuenta de lo que hacemos, ni pasando factura, ni pregonando nuestros méritos. Que no recordemos continuamente a la familia o a la comunidad todo lo que hacemos por ella y los esfuerzos que nos cuesta, sino simplemente entregarse por amor.

El servicio que damos en la parroquia, en el grupo, en el movimiento... debe ser como lo hacen los padres en su entrega total a su familia. Como lo hacen los verdaderos amigos, que no llevan contabilidad de los favores hechos. Hay que ver el servicio que presta María santísima y los santos, que, en diversas circunstancias y épocas, nos contagian de la alegría de servir con sencillez y alegría. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 7 de noviembre de 2022

«Ay de aquel que provoca ocasiones de pecado»... Un pequeño pensamiento para hoy


Todos nos damos cuenta de que existe a nuestro alrededor toda una zona de influencia en la que influimos tanto en el bien que se hace en ella, como también en el mal. Este es un fenómeno de solidaridad porque nadie es una isla. Toda persona esta religada a otras. Hoy el Evangelio (Lc 17,1-6) nos lleva a meditar en esa realidad sobre todo para invitarnos a no influir para mal en los demás. «Ay de aquel que provoca ocasiones de pecado». Creo que con esto me quiero quedar de este relato: Hacer todo lo posible para no ser ocasión de pecado para quienes me rodean.

Cuánta responsabilidad tenemos de ser fermento de bien entre los que está a nuestro lado para llevarlos a Dios. No debemos ser ocasión de pecado sino que debemos influir en los demás para llevarlos por el camino de santificación que nos alcanzará la santidad. Hemos de ser, como solía decir la madre Teresa Botello Uribe —de quien guardo gratos recuerdos y que seguramente está ya gozando de la presencia de Dios—: «Un espacio de santificación para nuestros hermanos».

Podemos ser ocasión de escándalo para los demás con nuestra conducta. Si hay personas débiles, que a duras penas tienen ánimos para ser fieles, y nos ven a nosotros claudicar, contribuimos a que también ellas caigan, pero, si por el contrario, nos ven a nosotros y a nuestras familias dar testimonio de vivir en cristiano, contra corriente de la mayoría, podemos influir en los ánimos de los demás. Pidamos a la santísima Virgen que nos ayude a no ser piedra de tropiezo sino invitación a vivir para Dios construyendo la civilización del amor. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 6 de noviembre de 2022

«Llamados a la resurrección»... Un pequeño pensamiento para hoy


En la sociedad materialista, desbordante de un consumismo desmedido en el que mucha gente está sumergida, no hay espacio para pensar en una vida futura más allá de este mundo. Hay bastante gente, sobre todo jóvenes, que piensan que al morir se acaba todo y no hay esperanza de algo más. Hoy en el Evangelio (Lc 20,27-38) Jesús toca el tema de vida eterna ante un  grupo de saduceos que no creen en la resurrección y le ponen una trampa a ver si cae. El Señor afirma que los muertos resucitan. Ésta es la afirmación más importante y solemne. Veamos: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven» (Lc 20,37-38).

Acabamos de celebrar, en esta semana, la conmemoración de todos los fieles difuntos, y nos consta que no suele ser el pensar sobre la muerte un tema fácil, por las diversas opiniones que giran al respecto. Todos hemos vivido acontecimientos que nos han puesto ante esta realidad y sabemos lo duro y difícil que es la vivencia de la misma cuando perdemos a un familiar o a un amigo muy querido. La filosofía cuando reflexiona sobre este hecho, reconoce la existencia de muchos interrogantes, de muchas preguntas que pueden quedarse sin respuestas la mayoría de las veces. Desde nuestra fe ¿qué podemos decir? Sólo la certeza de la resurrección puede evitar que los discípulos–misioneros de Cristo cedamos frente a la seducción del mundo e imitemos a cuantos ponen toda su confianza en la condición mortal presente, preocupados únicamente de su interés inmediato. Cuando recitamos el Credo, cada domingo afirmamos que creemos en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.

Jesús en el evangelio de hoy rompe los esquemas de aquellos que intentaron enredarlo y ponerle una trampa. Hoy también Él quiere romper nuestros esquemas y nos pide que vivamos nuestra vida con tal intensidad que no nos aflijamos ante la muerte como los hombres sin esperanza. Nos pide que miremos su cruz y que no olvidemos la resurrección que Él nos quiso regalar. Por intercesión de María Santísima pidamos fe también en esos momentos en los que nos cuesta más descubrir al Señor, en los que nos cuesta tanto reconocerte, en los que nos cuesta más sentirte a nuestro lado, en los momentos de dolor, soledad y muerte. Se lo pedimos al Señor, como digo, por intercesión de su Madre y lo hacemos los unos para los otros, y lo hacemos sin olvidar a los que menos tienen, a los que sufren, a los que están enfermos, a los que están solos o los que carecen de todo, incluso de sentirse queridos por alguien. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 5 de noviembre de 2022

«Un tema peliagudo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Lc 16,9-15) toca un tema peliagudo, el tema del dinero. Es un tema que, por ejemplo, en la Iglesia, a mucha gente no le gusta que se toque a pesar de que, por ejemplo, en mi caso como párroco, sé que la situación financiera de la parroquia medio se sostiene de las colectas dominicales y de los diversos estipendios por celebraciones. De allí sale el sueldo de los empleados, el pago de su seguro social, las primas vacacionales, la manutención de los sacerdotes, el pago de impuestos, la transferencia para la curia... Pero voy al texto: Jesús dice: «Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo». Más adelante Jesús nos recuerda que no podemos servir a Dios y al dinero, porque bien sabemos que el corazón acaba escogiendo: o se ama a Dios sobre todas las cosas o se acaba amando a todas las cosas sobre Dios. Creo que entonces queda muy claro que Jesús invita con estas palabras a no hacer del dinero un absoluto o una fuente de satisfacción solitaria, y en el fondo estéril, sino a pensar en los demás y compartir.

Ciertamente que esto no significa que si escogemos a Dios ya no podamos disfrutar de los bienes de la tierra. De hecho, es al contrario: el que sirve a Dios, usa las cosas como medios, no como fines; y ese desprendimiento hace que saboree las cosas con libertad. En cambio, el que sirve al dinero y pone su corazón en las cosas materiales, pierde constantemente la paz y la alegría, porque nunca tiene bastante. Así que a la luz de este pasaje evangélico hemos de preguntarnos qué destino damos al dinero y que lugar le damos al mismo en nuestras vidas. 

Alguien me platicaba que en su comunidad parroquial, que es bastante pobre porque va comenzando, varias familias, también de escasos recursos, se organizaron para terminar de edificar el templo parroquial y el salón de usos múltiples. Esta familia católica, junto con otras de esa misión parroquial, decidieron hacer una reducción de sus gastos para poder aportar un poquito más en la colecta dominical y en los bonos de cooperación. Ya sabemos que el dinero a la mayoría de nosotros no nos sobre, pero... ¿qué tan bien lo administramos en medio de una sociedad materialista que funda su sostén en el consumismo desmedido? Que la Virgen María nos ayude a hacer un buen examen y que, aunque a muchos no les guste tocar el tema, seamos conscientes de que el dinero no es para desperdiciarlo. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 4 de noviembre de 2022

«El administrador astuto»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Lucas es el único evangelista que narra la parábola que el Evangelio de hoy nos presenta (Lc 16,1-8) y que nos habla del administrador astuto. De entrada el relato puede parecer extraño, pero leyendo detenidamente nos damos cuenta de que el hombre rico no alaba la infidelidad de su trabajador, por eso le despide. Lo que le interesa a Jesús, al narrar esta parábola, es subrayar la inteligencia de ese gerente que, sabiéndose despedido, consigue, con nuevas trampas, granjearse amigos para cuando se quede sin trabajo.

En nuestra vida de discípulos–misioneros, en la evangelización, la catequesis, la construcción de la comunidad, debemos mantenernos despiertos, ser inteligentes para buscar los medios mejores. Al menos con la misma diligencia que muchos ponen para los asuntos materiales. Para que vaya bien el negocio la gente se sienta y hace números para ver cómo reducir gastos, mejorar la producción, tener contentos a los clientes. ¿Cuidamos nosotros así nuestra tarea evangelizadora?

Los hijos de este mundo se esfuerzan por ganar más, por tener más, por mandar más. Y nosotros, los seguidores de Jesús, los que hemos recibido el encargo de ser luz y sal y fermento de este mundo, tenemos que poner más empeño y esfuerzo para ser eficaces en la tarea que Dios nos ha encomendado. Bajo la mirada amorosa de María pensemos muy seriamente en esto y pongámonos listos para que Jesús sea cada vez más conocido y más amado a nuestro alrededor. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 3 de noviembre de 2022

«Las parábolas de la misericordia»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio, en diversos pasajes, nos muestra que los publicanos y pecadores se acercaban en masa a escuchar las enseñanzas de Jesús, cosa que los fariseos le reprochaban y criticaban. El Evangelio de hoy (Lc 15,1-10) nos presenta, de entrada, una de estas ocasiones. La murmuración de los fariseos y de los escribas, esta vez da pie a que Jesús pronuncie las llamadas «parábolas de la misericordia».

Estas parábolas son llamadas «el corazón del Evangelio». Son unas parábolas muy características: hoy leemos la de la oveja descarriada y la de la moneda perdida. La del hijo pródigo, la más famosa, la leemos en Cuaresma. Las imágenes del pastor que, lleno de alegría, carga sobre los hombros a la oveja perdida, y la de la mujer que reúne a sus vecinas para comunicarles su alegría por la moneda encontrada nos dejan ver la alegría del corazón al gozar de la misericordia de Dios. Así es la alegría de Dios de «los ángeles de Dios... por un solo pecador que se convierta».

Sí, Dios es infinitamente rico en misericordia. Su corazón está lleno de comprensión y clemencia. A pesar de que nosotros, a veces, nos alejemos de él, nos busca hasta encontrarnos y se alegra aún más que el pastor por la oveja y la mujer por la moneda. Esta misericordia la emplea, ante todo, con nosotros mismos, que también tenemos nuestros momentos de alejamiento y despiste. Y también con todos los demás pecadores. Que la Virgen María, que en su Magníficat cantaba a Dios porque «acogió a Israel su siervo acordándose de su misericordia» nos ayude a gozar siempre de la misericordia de Dios. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

«El día de los muertos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El día de hoy se celebra el día de los fieles difuntos, o como coloquialmente se dice «el día de los muertos». Al celebrar a nuestros difuntos al día siguiente de la celebración de Todos los Santos la Iglesia nos quiere enseñar que tanto los que ya están en el cielo, santos todos ellos, aunque no estén canonizados, como los que están en el purgatorio, siguen siendo miembros de la Iglesia. En este día, con toda la Iglesia, celebramos que la muerte es la puerta que nos abre la eternidad y al encuentro con Dios y al tiempo que recordamos a los difuntos que nos tocan más de cerca, padres, hijos, abuelos, familiares, vecinos o conocidos, y que hace más o menos tiempo, nos separamos de ellos, al tiempo que los recordamos y pedimos a Dios por todos ellos, redoblamos nuestra confianza que Dios ya los ha acogido en su seno, y ellos desde allí interceden por todos nosotros.

Esta conmemoración de todos los fieles difuntos viene desde muy antiguo. Se sabe que en el siglo II ya los cristianos rezaban y celebraban la Eucaristía por sus difuntos. Al principio, en el tercer día después de la sepultura, luego en el aniversario. Más tarde, el séptimo día y el trigésimo. En el año 998, el abad Odilón de Cluny (994-1048) hizo obligatoria la conmemoración de los difuntos, el 2 de noviembre, en todos los monasterios a él sometidos. En 1915, el Papa Benedicto XV concedió a todos los sacerdotes el derecho a celebrar tres Misas en este día, con la condición de que: una de las tres se aplique libremente, con la posibilidad de recibir un estipendio; la segunda Misa, sin ningún estipendio, se dedique a todos los fieles difuntos; y la tercera se celebre según la intención del Papa. Con la participación en cualquiera de las Misas de este día, miramos al pasado para orar y revivir esas relaciones de vida, de familia, de amor y de fe que nos unieron a nuestros seres queridos que ya han dejado este mundo.

Las tres Misas para este día, todas ellas orientadas a resaltar el misterio pascual, la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, la liturgia nos ofrece tres evangelios que nos iluminen nuestro encuentro con el Señor en la oración por nuestros difuntos: San Mateo 25,31-46, San Juan 6,51-58 y San Lucas 23,44-46.50.52-53;24,1-6. Ayudados de cualquiera de estos evangelios, celebramos día de una forma especial, recordando a nuestros difuntos para manifestar que la muerte no es el final definitivo, sino que todavía permanecen entre nosotros, que su recuerdo los hace estar a nuestro lado, y sobre todo porque ellos nos animan y nos estimulan en la vida que a nosotros nos queda por vivir. Recurramos hoy a María, la Virgen fiel, el modelo de vida para todos los mortales, para que ella nos ayude a orar por quienes ya han dejado este mundo. ¡Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua! ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 1 de noviembre de 2022

«Las bienaventuranzas, un regalazo del Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Las bienaventuranzas han sido siempre el leitmotiv de la vida de los santos, de los beatos, de los venerables, de los siervos de Dios y de todos aquellos que quieren comprometerse, sea cual sea su vocación, a seguir a Cristo e imitarle en todo. Hoy que celebramos la solemnidad de todos los santos, la Iglesia nos coloca el pasaje de las bienaventuranzas en san Mateo (Mt 5,1-12) como centro de la liturgia de la Palabra que nos motive a imitar a todos aquellos que las han hecho vida y por eso han alcanzado la plena felicidad. Y es que ser bienaventurado es ser feliz por la recompensa de Dios que viene no por portarse bien, sino por ser como Jesús y por responder con fe a sus demandas. Las bienaventuranzas son los principios o valores del reino de Dios; son el espíritu del Evangelio. Cada bienaventuranza es un rasgo del carácter de Cristo y una huella de su obra en la vida de sus discípulos–misioneros.

Escribiendo a uno de los seminaristas Misioneros de Cristo, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento le anota: «El Evangelio es la buena nueva, es la Persona misma de Jesús, es vivir la vida de Jesús en todas las circunstancias radicalmente, reproducir en ti sus mismos criterios, actitudes, respuestas, impregnarse de Él; ¿Cómo era Cristo? ¿Cómo actuaba? ¿Cómo oraba?… en una palabra: vivir las bienaventuranzas, el sermón de la montaña». (7 de julio de 1980). Y es que ella comprendió siempre muy bien que allí está la clave de esa felicidad a la que todos estamos llamados. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica que las Bienaventuranzas son la respuesta «al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer». (Catecismo de la Iglesia Católica 1718).

Si alguien nos pregunta: ¿Qué hay que hacer para ser buen cristiano?, en las bienaventuranzas tenemos la respuesta de Jesús que nos indica estas cosas a contracorriente respecto a lo que habitualmente se hace en el mundo. Aquí está el ideal que intenta superar el egoísmo individual y colectivo para llegar a la solidaridad que el mundo busca. Aquí está el ideal para suprimir la violencia para construir la concordia y la paz. Aquí está el ideal para eliminar los determinismos, a fin de conseguir la plena libertad y la verdadera felicidad. Que María santísima nos ayude con su gracia a vivir las bienaventuranzas para edificar la civilización del amor con la que el Reino de Dios se empieza a vivir desde este mundo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.