La gracia del Adviento y de la Navidad, con su convocatoria y su opción por la esperanza, nos viene ofrecida desde nuestra historia concreta, desde nuestra vida diaria en la que siempre estamos necesitados de Dios. Así, a la luz de este Evangelio en el que también se habla de esa multiplicación de los panes y de los peces, entendemos que el Adviento no es para los perfectos, sino para los que se saben débiles y pecadores y acuden a Jesús, el Salvador. Él, como nos aseguran las lecturas de la misa de hoy, compadecido, enjugará lágrimas, dará de comer, anunciará palabras de vida y de fiesta y acogerá también a los que no están muy preparados ni motivados. No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Como a la gente que acudía a Jesús y que él siempre atendía: enfermos, tullidos, ciegos, nosotros también le buscamos porque necesitamos de su gracia, de su perdón, de su misericordia. Así como la gente que aparece en el Evangelio y que tenía hambre, así nosotros también tenemos hambre de Dios y queremos que venga a transformar nuestra hambre y nuestra sed y nos sacie con su amor. Queremos que su amor de desborde y sobre para darlo a los demás.
El Adviento nos invita a la esperanza ante todo a nosotros mismos. «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación», nos dice la primera lectura de la misa de hoy (Is 25,6-10). Para que acudamos con humildad a ese Dios que salva y convoca a fiesta nos preparamos en este tiempo litúrgico haciendo un gran espacio en nuestro corazón para recibir al Salvador reviviendo su primera venida y pensando en que volverá lleno de gloria. Nuestro Dios nos invita a mirar con ilusión hacia delante, a los cielos nuevos y la tierra nueva que Cristo, nuestro Salvador, está construyendo. En este Adviento nos estamos preparando para la venida del Señor, Jesucristo Liberador. Liberador de todas las angustias, sufrimientos y carencias de los hombres y mujeres que acuden a él con confianza, y aceptan su propuesta del Reino. Con María y José sigamos avanzando en nuestro andar. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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