Por su parte el salmo (Sal 32) expresa muy bien los sentimientos de júbilo: «aclamen justos, al Señor, cántenle un cántico nuevo». Parece escrito para que lo recemos en estos últimos días del Adviento: «nosotros aguardamos al Señor, con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos». Son actitudes que nos preparan a una Navidad vivida desde dentro con una actitud de anhelo, un deseo de que el Mesías llegue a nuestros corazones. Vale la pena preguntarnos qué grado de amor hay en nuestro corazón para recibir al Amado, al Amor de los amores que llega con la intención de quedarse y hacer morada en nuestro corazón para que lo demos a los demás.
En el evangelio (Lc 1,39-45) la visita de la Virgen María a su parienta Isabel está llena de resonancias bíblicas: como cuando se trasladó el Arca de la Alianza entre danzas y saltos de alegría a casa de Obed Edom, donde estuvo tres meses, llenando de bendiciones a sus moradores (2 Sam 6,11). María, que acaba de recibir del ángel la trascendental noticia de su maternidad divina, corre presurosa a casa de Isabel, a ofrecerle su ayuda en la espera de su hijo. Llena de Dios y a la vez servicial para con los demás, María es portadora en su seno del Salvador, ella misma es el Arca de la Alianza. La Buena Noticia la comunica con su misma presencia y llena de alegría a Isabel y al hijo que salta de gozo en sus entrañas, el que será el precursor de Jesús, Juan Bautista. Con su alabanza, Isabel traza un buen retrato de la Virgen: «dichosa tú, que has creído». Es significativo por demás el encuentro de Isabel y María, dos mujeres sencillas que han sido agraciadas por Dios con una inesperada maternidad y se muestran totalmente disponibles a su voluntad. Son un hermoso símbolo del encuentro del Antiguo y del Nuevo Testamento, de los tiempos de la espera y de la plenitud de la venida. Falta poco para Navidad, nos seguimos preparando para la gran fiesta del nacimiento del Redentor. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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