María aparece en esta escena, y a lo largo de estas fechas que se acercan, como portadora de Dios a los demás. El Mesías está ya en su seno y ella es la «evangelizadora», la portadora de la buena noticia de la salvación. Esta es la misión de la Iglesia y de cada cristiano en nuestros ambientes: llevar a Cristo, anunciar la noticia palpitante —hecha testimonio de vida en nosotros— de que Dios es el Dios-con-nosotros. Esta faceta «misionera» de María completa y traduce en vida su entrañable fe mesiánica. Si nosotros celebramos al Dios que nace en Navidad, es para «darlo» también a los demás: a los hijos, a los padres, a los hermanos, a la sociedad que nos rodea, a la comunidad religiosa a la que pertenecemos... para que todos le conozcan y le amen. María, así, en este domingo de Adviento se hace símbolo de una Iglesia que quiere ser apóstol y testigo de Cristo en el mundo de hoy.
Gracias a los pasos de la Virgen, en este evangelio de la Visitación, Jesús está en camino, antes aún de nacer, por los caminos del mundo. Gracias a María, que afronta un sendero intransitable, Cristo acude adonde hay una necesidad, va hacia los hombres. Dentro de poco, veremos en los evangelios a un Cristo continuamente en movimiento, «itinerante». Pero no olvidemos que Cristo ha comenzado a ser itinerante ya en el seno de su madre cuando se dirigió a ver a su parienta Isabel. Esta escena de la Visitación expresa un dinamismo de participación, la alegría de compartir, no la actitud celosa de quien retiene o guarda para sí un tesoro. La Virgen es un relicario portador de Jesús. Pero un relicario que camina. No un relicario que se mantiene a distancia. Al contrario, anula las distancias. Contemplando a María en este domingo, podemos captar cómo ella puede enseñarnos a celebrar la Navidad. Ella es la que ha creído sin trampa, la que ha dado su sí generoso y abierto para que el Mesías de Dios se hiciera hombre de carne, nacido de mujer. Y ella es la que se lanza a la esperanza absoluta en el Dios que es amor. Por ello no es de extrañar que también ella sea —como hemos leído en el evangelio— ejemplo de amor eficaz, diligente, hacia su parienta Isabel. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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