Quiero hacer la reflexión de este día copiando textualmente para ustedes el pregón de la Navidad. Creo que en todos los años que tengo de estar participando mi pequeño pensamiento de cada día, no lo había compartido y vale la pena meditar esta Calenda o Anuncio festivo de la Navidad, que es un rito heredado de la antigua liturgia romana y que puede tener un papel interesante a la hora de reflexionar en el festejo de este día. No es que haya que considerarla como una de las partes de la celebración, ni como uno de los elementos constitutivos de la dinámica celebrativa de este día tan especial, sino sólo como uno de aquellos ritos que podrían llamarse «ambientativos», es decir, que sin tener gran entidad en sí mismos, pueden tener en cambio gran fuerza y eficacia para dar el colorido propio a la celebración, sobre todo cuando se trata de uno de los días más importantes del año litúrgico. Se podría comparar esta Calenda a lo que es la procesión con el Cirio y el Pregón en la inauguración de la Vigilia Pascual. Además, por su repetición anual en esta fiesta y por su lenguaje popular, puede resultar un factor interesante en las actitudes y en la ambientación de la Navidad. Los dejo con el pregón para reflexionarlo:
«Os anunciamos, hermanos, una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo; escuchadla con corazón gozoso: Habían pasado miles y miles de años desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra y, asignándoles un progreso continuo a través de los tiempos, quiso que las aguas produjeran un pulular de vivientes y pájaros que volaran sobre la tierra. Miles y miles de años, desde el momento en que Dios quiso que apareciera en la tierra el hombre, hecho a su imagen y semejanza, para que dominara las maravillas del mundo y, al contemplar la grandeza de la creación, alabara en todo momento al Creador. Miles y miles de años, durante los cuales los pensamientos del hombre, inclinados siempre al mal, llenaron el mundo de pecado hasta tal punto que Dios decidió purificarlo, con las aguas torrenciales del diluvio. Hacía unos 2000 años que Abraham, el padre de nuestra fe, obediente a la voz de Dios, se dirigió hacia una tierra desconocida para dar origen al pueblo elegido. Hacía unos 1250 años que Moisés hizo pasar a pie enjuto por el Mar Rojo a los hijos de Abraham, para que aquel pueblo, liberado de la esclavitud del Faraón, fuera imagen de la familia de los bautizados. Hacía unos 1000 años que David, un sencillo pastor que guardaba los rebaños de su padre Jesé, fue ungido por el profeta Samuel, como el gran rey de Israel.
Hacía unos 700 años que Israel, que había reincidido continuamente en las infidelidades de sus padres y por no hacer caso de los mensajeros que Dios le enviaba, fue deportado por los caldeos a Babilonia; fue entonces, en medio de los sufrimientos del destierro, cuando aprendió a esperar un Salvador que lo librara de su esclavitud, y a desear aquel Mesías que los profetas le habían anunciado, y que había de instaurar un nuevo orden de paz y de justicia, de amor y de libertad. Finalmente, durante la olimpíada 94, el año 752 de la fundación de Roma, el año 14 del reinado del emperador Augusto, cuando en el mundo entero reinaba una paz universal, hace 2000 años, en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel, ocupado entonces por los romanos, en un pesebre, porque no tenía sitio en la posada, de María virgen, esposa de José, de la casa y familia de David, nació Jesús, Dios eterno, Hijo del Eterno Padre, y hombre verdadero, llamado Mesías y Cristo, que es el Salvador que los hombres esperaban. Él es la Palabra que ilumina a todo hombre; por él fueron creadas al principio todas las cosas; él, que es el camino, la verdad y la vida, ha acampado, pues, entre nosotros. Nosotros, los que creemos en él, nos hemos reunido hoy, o mejor dicho, Dios nos ha reunido, para celebrar con alegría la solemnidad de Navidad, y proclamar nuestra fe en Cristo, Salvador del mundo. Hermanos, alegraos, haced fiesta y celebrad la mejor “Noticia” de toda la historia de la humanidad». Después de esta belleza me quedo sin palabras. ¡Bendecida fiesta de la Navidad!
Padre Alfredo.
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