El Evangelio nos dice que era hija de Fanuel, nos habla de su respetable edad —ochenta y cuatro años— y su condición de viuda, una situación difícil, como nos lo recuerdan a menudo las Escrituras describiendo a huérfanos y viudas entre las categorías más desfavorecidas que hay que proteger, estado en el que se ha encontrado seguramente más de la mitad de su vida. Pero más allá de su pasado, sabemos que Ana es una mujer fiel, en diálogo con Dios, día y noche. Y esta relación profunda y constante con Dios la lleva a tener una mirada atenta, que sabe reconocer la Salvación cuando se manifiesta. Así, ella se hace para nosotros invitación a contemplar el misterio del Dios encarnado en Jesucristo que se muestra al mundo como un pequeño niño.
En este tiempo de Navidad, Ana nos enseña que cualesquiera que sean las dificultades que hemos tenido en el pasado, Dios no nos abandona y tenemos la posibilidad de poder quedarnos con él. Esta mujer, viuda y profeta, es la imagen de la fidelidad en la espera de la llegada del Mesías a quien ahora puede contemplar. En ella Dios nos recuerda que nuestra vida, en cualquier momento y a cualquier edad, es una bendición para nosotros y para los demás, a los que podemos anunciar que ha nacido el divino Niño Jesús. En este día de Navidad pienso en las abuelas y abuelos que siguen llevando la luz de la fe en las familias sobre todo en estas fechas tan especiales. Ana invita a los muy entrados en años a ver que la vejez invita a concentrarse en lo «esencial». Y lo esencial en esta Navidad, es concentrarse en que Cristo ha nacido para nuestra salvación. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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