La liberación del resto purificado y el futuro feliz de Sión, obra de Yahvé, que anuncia Isaías en la primera lectura de hoy (Is 30,19-21.23-26) hacen del Dios de Israel el Emmanuel inconfundible de la teología del profeta Isaías: «Pero Yahvé espera para apiadarse, aguanta para compadecerse, porque Yahvé es un Dios recto... Ya no se ocultará tu maestro, sino que con tus ojos lo verás... vendará la herida de su pueblo y curará la llaga de sus azotes» (18.20.26). Isaías enseña al pueblo que ha de creer y confiar en el Señor simplemente porque éste es bueno y le llama hacia él; toda la iniciativa viene de él. El hombre solamente puede recoger el don de su amor: «Por esto existe el amor: no porque amáramos nosotros a Dios, sino porque él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para que expiase nuestros pecados» (1 Jn 4,10).
La catequesis que Isaías nos ofrece en este tiempo de Adviento define la fe como una mirada incesante a la fidelidad de Dios: creer en Dios significa experimentar que es fiel. Después de tantos contravalores religiosos de Israel, infiel a la alianza, el profeta le puede recordar que la confianza firme en el amor misericordioso de Dios y el encuentro constante con su amor, que le perdona y asume su fracaso constantemente, son la única esperanza y la única certeza a las que se puede asir como creyente. El profeta nos asegura que nuestro Dios es un Dios cercano, que nos escucha y nos conoce por nuestro nombre: «Apenas te oiga, te responderá». Si andamos desorientados, oiremos muy cerca su voz que nos dice: «éste es el camino, caminen por él». «No se esconderá tu Maestro». «Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre» −dice el salmo−. Y si estamos heridos, o nuestros corazones están destrozados, él vendará nuestras heridas y reconstruirá lo que estaba destruido. Sigamos viviendo el Adviento con esta esperanza y no nos soltemos de la mano de María. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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