Sofonías anuncia también que serán los pobres y los humildes los que acojan esta invitación, y que Dios tiene planes de construir un nuevo pueblo a partir del «resto de Israel», el «pueblo pobre y humilde», sin maldad ni embustes, que no pondrá su confianza en sus propias fuerzas sino que tendrá la valentía de ponerla en Dios. De esta manera se repite la constante de la historia humana que cantará la santísima Virgen María en su Magnificat: Dios ensalza a los pobres y humildes, y derriba de sus seguridades a los que se creen ricos y poderosos. Sofonías veía la comunidad de su tiempo dividida en dos; por una parte, los rebeldes que no quieren acercarse a Dios, porque son orgullosos y confían más en las alianzas políticas y por otra parte el pueblo humilde que por ser pobre confía en el Señor y será beneficiado por la llegada del Mesías.
También en tiempo de Jesús el pueblo estaba dividido en dos categorías: los pecadores y los justos. El acento, en el Evangelio de hoy (Mt 21,28-32), con el ejemplo que pone Jesús, recae no sobre lo que son, sino sobre lo que hacen o dejan de hacer. Especialmente los fariseos se imaginaban que por su fidelidad a la ley merecían la aprobación de Dios, pero en realidad ellos no habían cumplido la voluntad del Padre. Su piedad era vacía, su cumplimiento vano; no practicaban la justicia y despreciaban a los demás pensando ser los únicos justos. Pero Jesús les muestra que no es así. Son los pecadores, que antes rechazaron la voluntad de Dios, los que ahora le obedecen con humildad al aceptar primero su pobre situación de pecadores, la predicación de Juan el Bautista y luego la de Jesús. Mucho tenemos que aprender de la liturgia de hoy para reconocernos necesitados de la salvación que trae Jesús. Que María Santísima nos ayude. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario