Tenemos la seguridad de que el señor, nuestro Dios, es el que salva, el que cura, el que perdona. Como en la escena del Evangelio de hoy (Lc 5,17-26) en el que Jesús vio la fe de aquellas personas, acogió con amabilidad al paralítico, le curó de su mal y le perdonó sus pecados, con escándalo de algunos de los presentes. En realidad vemos que le dio al paralítico más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud interior. Lo que ofrece él es la liberación integral de la persona. Resulta así que lo que prometía Isaías se quedó corto. Jesús hizo realidad lo que parecía utopía, superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto maravillas». Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Pero cuántas rodillas vacilantes y manos temblorosas hay también hoy. Cuántas personas sienten miedo, o se encuentran desorientadas. El mensaje del Adviento es hoy, y lo será hasta el final de los tiempos, el mismo: «levanten la cabeza, ya viene la liberación», «cobren ánimos, no tengan miedo», «se te personan tus pecados», «levántate y anda». Cristo Jesús nos quiere curar a cada uno de nosotros, y ayudarnos a salir de nuestra situación, sea cual sea, para que pasemos a una existencia viva y animosa. A la luz de estos pasajes del día de hoy, podemos ver el valor tan grande que tiene la participación en la Eucaristía. Cada Misa es Adviento y Navidad, si somos capaces de buscar y pedir la salvación que sólo puede venir de Dios. Cada Eucaristía nos quiere curar de parálisis y miedos, y movernos a caminar con un sentido más esperanzado por la vida. Porque nos ofrece nada menos que al mismo Cristo Jesús, el Señor Resucitado que viene a salvarnos, hecho alimento de vida eterna. Con María sigamos caminando en este Adviento. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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