Sufrimos hoy en el mundo y en la Iglesia una de esas crisis de inmadurez que hace hablar y obrar en todo como niños; la ingenuidad infantil en unos, la rabieta en otros... y en todo y para todos la crítica, la acusación y el insulto. Cristo mismo, como el profeta Isaías en la primera lectura de la misa de hoy (Is 48,17-19), echa en cara a los de su generación que no tienen la suficiente madurez para creer y ser de verdad fieles: son como niños, les dice. Viene el Bautista con su austeridad y le acusan de extraño endemoniado; viene Cristo con su sencillez, se sienta a compartir la vida y la comida de los hombres, y le dicen que es un glotón y borracho cualquiera. Venga quien venga, haga lo que haga, diga lo que diga, donde no hay sensibilidad, ni honradez, ni capacidad de creer y amar, habrá siempre salidas infantiles y excusas para no creer. Por eso para muchos el Adviento y la Navidad pierden su sentido y se convierten en todo, menos en lo que debe ser y como digo, Jesús termina siendo el gran ausente.
Juan Bautista es un hombre de penitencia y se lo reprochan. Jesús es hombre de apertura, se lo reprochan también. ¡Cuán hábil es la humanidad para rehusar las llamadas de Dios! La sociedad encuentra siempre buenas razones para quedarse con la testarudez infantil. Hay que pedirle al Señor que en este Adviento nos sane de nuestras ligerezas, que no nos dejemos llevar del estilo del mundo que se queda solamente navegando en la superficie, entre fiestas a las que llaman «Posadas» y que tienen de todo menos el tinte de la fe. El Adviento debe ser un tiempo para tomar en serio lo que el Señor nos propone y estar bien preparados para recibirlo si llega de repente por segunda vez y estar bien preparados para celebrar la Navidad. Finalmente, Juan el Bautista y Jesús con María Santísima nos ayudan a seguir caminando. A Juan encargó Dios el invitar a la austeridad y a la penitencia... a Cristo encargó el Padre Misericordioso el aportarnos la alegría del Reino... El tiempo de Adviento y de Navidad comporta esos dos aspectos. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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