Sorpresas de Dios, que no se deja manipular ni entra en nuestros cálculos. Somos nosotros los que debemos ver y oír lo que él quiere y dejarnos sorprender. Sí, debemos vivir a la sorpresa de Dios. Esta profecía de Balaam que en un primer momento se interpretó como cumplida en el rey David, luego los mismos israelitas dirigieron a la espera del Mesías y por eso la tenemos en este tiempo de Adviento. Podemos ver, al profundizar en relatos como este, que ya en el Antiguo Testamento, hay pruebas manifiestas de que el Espíritu de Dios no está encerrado en los límites demasiado estrechos de un pueblo o de una institución. Dios no es tan solo el Dios del «pueblo escogido»... es el Dios de «todos los hombres»... Su acción no está limitada al marco de las instituciones de la Ley de Moisés.
Hoy, todavía, esto es igualmente real. Es verdad que Dios ha escogido la Iglesia como instrumento de salvación para el mundo; pero su gracia, su acción divina no se limitan a las fronteras visibles de la Iglesia. Dios por su Espíritu, está presente en el corazón de los paganos que también pueden, como Balaam, convertirse en un instante en una señal de Dios que se acerca, en Dios que trabaja en el corazón de todos y de cada uno de los hombres. Meditando la Escritura admiramos las sorpresas de Dios en el pasado, como sucede con Balaam, pero tendríamos que estar dispuestos a saberlas reconocer también en el presente. Nosotros sabemos que el Enviado de Dios, Cristo Jesús, vino hace dos mil años y que volverá lleno de gloria. La pregunta es siempre incómoda: ¿le hemos acogido, le estamos acogiendo de veras en este Adviento y nos disponemos a celebrar la Navidad en todo su profundo significado? Que María nos ayude a abrir el corazón para recibir a Jesús. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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