miércoles, 22 de diciembre de 2021

«El Magníficat de María»... Un pequeño pensamiento para hoy


El canto mariano del Magníficat resuena de una manera muy especial en el evangelio de hoy (Lc 1,46-56) para seguirnos preparando a la noche santa de la Navidad. El clima interior de María, en la visita que hace a su parienta Isabel es la alegría, la exultación. Hay que imaginarla estos días dichosa, ¡a pesar del desplazamiento de Nazaret a Belén para cumplir la orden de empadronamiento impuesta por el emperador de Roma! Y hay que preguntarnos: ¿Cuál es el clima interior de mi alma para recibir a Jesús que ya se acerca? En ese clima de oración María canta agradecida lo que Dios ha hecho en ella, y sobre todo lo que ha hecho y sigue haciendo por Israel, con el que ella se solidariza plenamente. Le alaba porque «dispersa a los soberbios, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos».

Todas las frases del Magníficat están sacadas del Antiguo Testamento. Vemos aquí el clima habitual de la oración en la que María se sabía sumergida. Por eso el Magníficat es una plegaria que en las vísperas de Navidad suena de manera maravillosa como un magnífico resumen de la actitud religiosa de Israel en la espera mesiánica, como hemos ido viendo a lo largo del Adviento. El Magníficat es también la mejor expresión de la fe cristiana ante la historia de salvación que ha llegado a su plenitud con la llegada del Mesías, Salvador y liberador de la humanidad. Jesús, con su clara opción preferencial por los pobres y humildes, por los oprimidos y marginados, por los olvidados y descartados de la sociedad, es el mejor desarrollo práctico de lo que dice el Magníficat. Nada extraño que este cántico de María, valiente y lleno de actualidad, por el que manifiestan claramente su admiración Pablo VI en su «Marialis Cultus» (1974) y Juan Pablo II en su «Redemptoris Mater» (1987), se haya convertido en la oración de la Iglesia en camino a lo largo de los siglos, y que lo cantemos cada día en el rezo de Vísperas. La oración de María, la primera creyente de los tiempos mesiánicos, se convierte así en oración de la comunidad de Jesús, admirada por la actuación de Dios en el proceso de la historia.

Casi llegando a la Navidad, María, con su canto, nos recuerda que la salvación de Dios comienza a realizarse aquí en la tierra, como comenzó a realizarlo Jesús predicando el evangelio a los pobres, curándolos de sus enfermedades e, incluso, alimentándolos en el desierto cuando por seguirle lo habían dejado todo. Las santas mujeres de la Escritura, como Ana, que aparece en la primera lectura de la liturgia de hoy (1 Sam 1,24-28) y como María misma, dan gracias por todo: por el pan, por los hijos, por la intervención de Dios a favor de los pobres y humildes, por un orden social más justo e igualitario, por el cumplimiento de las promesas hechas en el pasado, por la posibilidad de mirar el futuro con esperanza y en actitud confiada, por la salvación total que implica el cuerpo, la dignidad, el alma, los sueños, las más concretas e inmediatas necesidades, pero también las más recónditas y fundamentales, como encontrar que la vida tiene sentido cuando somos amados, y estar seguros de que el amor no muere nunca. Hagamos nuestras las palabras de María en estas vísperas de Navidad, y cantemos con ella la alabanza de quien también ha hecho en nosotros maravillas. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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