Con el nacimiento de Juan el Bautista, el precursor, llega la plenitud de los tiempos. La voz corre por la comarca y todos se llenan de alegría. Tienen razón los vecinos: ¿qué será de este niño? Juan será grande. Durante bastantes días, en este Adviento, hemos ido leyendo pasajes en que se cantan las alabanzas de este personaje, decisivo en la preparación del Mesías: testigo de la luz, voz de heraldo que clama en el desierto y prepara los caminos del Señor, que crea grupos de discípulos que luego orientará hacia el Profeta definitivo, que predica la conversión y anuncia la inminencia del día del Señor. El nombre, para los judíos, tiene mucha importancia. Juan significa «gracia de Dios», o «favor de Dios», o «misericordia de Dios». Nadie en la familia se había llamado así, y es que Dios sigue caminos siempre sorprendentes.
Los medios de información sólo anuncian noticias trágicas, catástrofes, y provocan la sensación de que ya está todo perdido, presentan cosas ilusorias e irrealizables con promesas y promesas de los gobernantes en turno o anuncian ofertas y más ofertas de cosas materiales innecesarias y arrastran así a la sociedad que se deja llevar. Nosotros, por nuestra fe, abrimos los ojos y nos llenamos de alegría como Juan el Bautista porque ya viene el Salvador. Los medios noticiosos no anuncian el trabajo silencioso y anónimo de miles de personas que perseveran en la esperanza de un mundo mejor y que atienden al verdadero sentido de la Navidad. Seres humanos que a diario se parten la espalda por ofrecer lo mejor a sus familias, por construir una comunidad de hermanos, por crear mejores condiciones de vida para la humanidad. Eso es la Navidad, la llegada de la esperanza de un mundo nuevo con María, con José, con Juan y todo aquel que lo quiera vivir. Ya falta muy poquito para celebrar la Navidad. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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